Desde la estación del Metro Pantitlán, algunos treintañeros platicaban entre sí sobre si los efectos secundarios de la vacuna de refuerzo contra el Covid-19 volverían a ser tan fuertes como para dejarlos en cama o si en esta ocasión saldrían “ilesos”.
Un hermano le preguntaba a otro si imprimió los formatos de vacunación y con vacilación contestó que no, aunque atajó con certeza que seguro habría muchos comerciantes vendiendo el formato, así que no había nada de qué preocuparse.
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Desde las alturas de la estación Ciudad Deportiva se veía que avanzaba con rapidez la fila hacia la unidad vacunadora de la Sala de Armas, donde se aplica la dosis de AstraZeneca.
“¡Formatos, lleve sus formatos!”, “¡La pluma, la pluma!”, gritaban los comerciantes afuera de la puerta siete de la Ciudad Deportiva. ¿Los precios? Las plumas a 10 pesos y los formatos a cinco. “¿Ya ves? ¡Eso era para el pasaje!”, le reclamó un hermano al otro.
Mientras, en el Viaducto parecía perpetuarse el caos vial debido a los vehículos que se quedaban a la espera de su ser querido o los taxis que dejaban a los aspirantes a la vacuna en la puerta.
Incluso había motociclistas que improvisaron su propio estacionamiento a unos metros de la puerta sobre la banqueta.
Sin embargo, poca gente llegaba: la fila seguía corta y todo beneficiario de la inmunización cruzaba la puerta siete para seguir un camino parecido a un laberinto para llegar a la Sala de Armas.
Y no pasaba mucho tiempo antes de que la gente saliera. Raquel dijo: “Ya me la pusieron, fue rápido. Me siento más segura, como quiera ya completé el esquema y ahora a seguirse cuidando hasta que esto termine”.
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