La globalización y la herencia de los ataques del 9/11 en Nueva York (todos somos vulnerables y cada quien debe fortalecer su propia seguridad) dejó claro a los países y a observadores como la ONU que, a pesar de la dependencia internacional, la capacidad de entrar en conflicto era latente.
Son muchas y diversas las causas de la inestabilidad en el mundo pero, analizando sus generalidades, podemos hablar de conflictos en tres niveles de gravedad, según el alcance de sus consecuencias, ya sean locales -contenidos dentro de las fronteras de un país-; regionales, que involucran a varios países cercanos geográficamente; o de carácter mundial, como lo vemos ahora en las tensiones que sostiene Rusia con el bloque occidental.
Desde Moscú, iniciar las fricciones con Ucrania no fue una idea que surgiera de la noche a la mañana. En 2014, el capítulo de la toma y posterior anexión de Crimea fue uno más en la lista de confrontaciones entre ambos territorios desde la disolución de la URSS. “La razón de fondo”, agrega el internacionalista Genaro Beristain, académico de la UNAM, “es que en Crimea estaban las casas de descanso de los líderes soviéticos”.
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Todo cambió con la entrada a cuadro de la OTAN. La reacción del Kremlin ante la posibilidad de que la alianza se acerque a su frontera es volátil.
“La probabilidad de que se presente un conflicto de esa magnitud depende de quién lo diga, porque a Estados Unidos le interesa el escenario catastrófico, pero a Rusia le funciona el de mesura”, agregó el investigador.
Hablamos de una guerra que sería fatal, tomando en cuenta la existencia de armas nucleares. “Ese riesgo ya siempre estará presente”, subraya Beristain. Hace más de 75 años, el fin de la Segunda Guerra Mundial y el deseo conjunto de atesorar la paz llevó a 50 países a participar en la conformación de la Organización de las Naciones Unidas para evitar el estallido de otro conflicto. El compromiso fue ratificado por China, la extinta Unión Soviética, Reino Unido y Estados Unidos… hoy, todos involucrados en el caso Ucrania.
En un segundo nivel, los conflictos regionales involucran la participación de varios países cercanos geográficamente y que comparten, por ejemplo, inestabilidad política y social, y es común que el escenario responda al intervencionismo de otros países. Lo podemos observar en África del norte, donde los gobiernos y los golpes de Estado impiden que la gente tenga alguna posibilidad de seguridad social e incluso ayuda humanitaria, en beneficio, por ejemplo, de la explotación de recursos en el Sahel por Francia.
Y en un escenario más local encontramos casos como el de Venezuela, donde se ha identificado una crisis por hiperinflación que redujo la economía 80% entre 2013 y 2021, y una crisis humanitaria que obligó a Naciones Unidas a incluir al país en un plan de apoyo global que lo incorpora en un fondo de apoyo de casi 2 mil millones de dólares este 2022.
Esto sin contar los roces fronterizos con Colombia por el narcotráfico y el terrorismo.
LEG