En la política hay momentos definitorios -aquellos que marcan algún tipo de tendencia- y otros definitivos, en los que se crea un punto de inflexión donde ya no hay marcha atrás.

Desde la elección intermedia AMLO y su Gobierno perdieron el rumbo y en lugar de buscar consensos, decidieron radicalizarse. Craso error.

Imaginaron que adelantar la sucesión presidencial y centrarla en sus favoritos era una forma de nulificar a sus adversarios. Externos e internos. Pero no contaban con la rebelión de los moderados, que según AMLO “son simplemente conservadores más despiertos”.

Ni al Presidente, ni a su círculo más radicalBeatriz Gutiérrez Müller, Paco I. Taibo, John Ackerman, Alejandro Esquer, Jesús Ramírez Cuevas, Raymundo Artís y Claudia Sheinbaum– les importó la oposición frontal de Monreal o la discreta opinión de Ebrard.

Sin tener ya el Congreso bajo su control, el Presidente se lanzó a la aprobación -sí o sí- de la reforma energética como si tuviera mayoría calificada; “sin mover una coma”. Al parecer tendrán que mover párrafos completos en concordancia con el T-MEC y con el visto bueno de Estados Unidos. Vamos, los que mandan.

La consulta popular sobre la revocación de mandato se convirtió en un objetivo político y ya no en un elemento relevante de la democracia participativa. Así, el Presidente conseguiría un elemento para su promoción personal y retaba al INE, una vez más, buscando su debilitamiento y eventual desaparición.

El Presidente no previó la inteligencia y sagacidad de Lorenzo Córdova, éste acudió a todas las instancias relacionadas con la consulta: el Congreso, TRIFE, Secretaría de Hacienda y hasta la Suprema Corte, a fin de obtener los recursos necesarios para que la Consulta se realizara en condiciones jurídicas y operativas razonables. Todos le cerraron la puerta al INE. El Presidente cayó en su propia trampa, la consulta se celebrará sólo en una tercera parte de las casillas del país y con una pregunta, por decir los menos, confusa. Los resultados sólo servirán para desgastar aún más a la 4T y el INE saldrá fortalecido.

AMLO, maestro de la distracción, fue un paso más allá y en una declaración absolutamente desarticulada y absurda decidió “pausar las relaciones con España” a cuenta de los agravios históricos de la corona española contra México. Si no fuera suficiente este ridículo, sumó también un conflicto con Panamá. ¿Y Ebrard? Silencio absoluto.

Al Presidente, su peor pesadilla se le hizo realidad, un misil directo en su línea de flotación: Su “honestidad valiente” está cuestionada por una evidencia innegable de corrupción en el seno de su familia más cercana. Su hijo.

El consuegro de AMLO -papá de la señora que parece que tiene dinero– es un connotado y ventajoso contratista de Pemex, y eso ha servido para que José Ramón López Beltrán se vea en medio de un escándalo de proporciones tipo La Gaviota. En pocas palabras un muy turbio conflicto de intereses y de capital, por supuesto-.

El sesudo gabinete de crisis del Presidente -que trabaja horas extras- le aconsejó al Presidente que el problema no es el mensaje sino el mensajero, y como buen autócrata que se respete, se fue por la vía de usar toda la fuerza del Estado para silenciar a la prensa y minimizar los efectos muy negativos de un tema de la mayor relevancia para la opinión pública.

¿Qué queda de aquel hombre que hace tres años se convirtió en la esperanza de cambio de muchísimos mexicanos? ¿Dónde están sus promesas de inclusión, probidad y justicia sin distingo alguno?

Hoy tenemos a un Presidente furioso, irritable e intolerante. Un hombre sin soluciones y en búsqueda de problemas. Estos, apenas empiezan.

@Pancho_Graue

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