Construido en un tiempo de estética opulente, a modo de los grandes hoteles en Estados Unidos, el Hotel Nacional de Cuba se levanta en el malecón de La Habana como un faro, como un observador. Un centinela nonagenario en el Caribe que ha hospedado y visto pasar la historia ante los cientos de ojos que emulan las ventanas de sus habitaciones.
El recinto, fundado en diciembre de 1930, forma parte del esfuerzo nacional por la reactivación económica de la isla que comenzó con la apertura de fronteras en noviembre pasado. Aprovechando el tiempo que robó la pandemia por Covid-19 y los ineludibles cierres, el hotel ha reformado sus accesos y puesto en marcha su filosofía de “un hotel para todos” volviéndose más inclusivos… lo que corresponde cuando el turismo internacional es la principal fuente de ingresos.
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Antes del bloqueo y de que el Gobierno Revolucionario, con Fidel Castro al frente, nacionalizara el Hotel en 1960, la estructura ya había sobrevivido a cañonazos directos en el 33, había servido como cuartel de la mafia estadounidense y oasis para quien pudiera permitírselo durante los tiempos de la prohibición.
Terminó por convertirse en el hogar lejos del hogar para luminarias internacionales… y sus nombres aún son recordados por el personal, desde Francis Ford Coppola hasta Sir Winston Churchill, sin obviar a latinoamericanos como Jorge Negrete y María Félix. Su historia comenzó como un buen negocio, un gran hotel concebido con la misión de convertirse en “la joya más codiciada por los turistas en el Caribe”, como lo llamaban en la época, según el libro Revelaciones de una leyenda, de Luis Báez, Pedro de la Hoz y Antonio Martínez. Sin imaginarlo, el Hotel Nacional es ahora otro sobreviviente de la pandemia.
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