Es sábado y mi esposa embarazada y yo aguardamos a que pasen por nosotros sus compañeras de trabajo para ir a vacunarnos con la tercera dosis contra el Covid-19.
Ya en el auto, todos con cubrebocas, se vota entre acudir a Ciudad Deportiva, por la dosis de AstraZeneca, o al Palacio de los Deportes, por la Sputnik-V.
Mi esposa y yo completamos el esquema de vacunación con la Astra, y como otras personas, pensamos que combinar dosis suena muy sensato, así que votamos por ir al Palacio de los Deportes. Ya en el lugar vemos que está habilitado el estacionamiento y la fila avanza con una fluidez estilo fábrica de chocolates.
El personal ni siquiera checa identificaciones, ni comprobantes de domicilio, ni esquemas de vacunación completos… Nada, sólo que camines derecho y rápido.
De pronto, en una puertita nos dice un señor: “Usted, señora, que está embarazada, puede pasar directamente, usted y su acompañante”.
“Pero venimos en grupo, somos cinco”, dice mi esposa como si estuviéramos afuera del antro. “No, nada más un acompañante”, responde el hombre. Mi esposa decide no separarse de sus amigas y seguimos la fila.
En otros grupos hacen la amable presentación (soy la enfermera tal, les vamos a aplicar la vacuna tal…), pero en el mío sólo dicen “descúbranse el brazo”, nos muestran la jeringa y piquete.
Será hasta la noche cuando tendré escalofríos, dolor de cabeza… Para los que ya tuvimos Covid sabemos que la protección lo vale. La vacuna lo vale.
LEG