Por Alberto Lati
Entre la carretada de información y especulación respecto a la crisis entre Rusia y Ucrania, de declaraciones y condenas, por las redes sociales rebotaba una pregunta de los futboleros: ¿y ahora dónde jugará el Shakhtar Donetsk? ¿Seguirá en la liga ucraniana o pasará a la rusa?
Porque en el epicentro de este caos escuchamos constantemente la palabra Donetsk, una de las dos regiones del oriente de Ucrania cuya independencia reconoció el lunes Rusia (para que no quedaran dudas de la relación con el equipo, región también llamada Donbass… tal como el estadio del Shakhtar, Donbass Arena).
Lo primero que debemos aclarar es que el Shakhtar no ha jugado en su casa desde hace casi ocho años: mayo de 2014, una victoria 3-1 sobre Illichivets con la que coronaba su quinto título de liga consecutivo. Ocho años en los que empezó por ser local en Leópolis (Lviv en ucraniano; en la frontera con Polonia, 1,200 kilómetros al oeste de Donetsk). Tras dos temporadas de bajísima asistencia de aficionados, decidió acercarse a su terruño y se instaló en la localidad de Kharkiv o Járkov, 300 kilómetros al noroeste de Donetsk. Como tampoco incrementó demasiado el apoyo y acaso para entonces resignado a que su salida de casa ya no era provisional sino definitiva, el Shakhtar se mudó al Estadio Olímpico de Kiev, sede de su acérrimo rival el Dynamo. Así, un clásico se convirtió en derbi.
En 2014, al ser proclamada Donetsk como independiente por rebeldes prorrusos, se especuló que el Skakhtar se sumaría. Finalmente, pertenece a una ciudad de mayoría étnica y lingüística rusa, no ucraniana. Esa conjetura se esfumó cuando su propietario, el poderoso oligarca Rinat Akhmetov reivindicó su apoyo a la causa ucraniana y repudio a la escisión fomentada desde Rusia.
Así que para el Shakhtar no ha cambiado demasiado el escenario con los acontecimientos del lunes. Tampoco para el Zorya Luhansk, mucho menos famoso aunque con idéntica situación, al jugar en la otra región del oriente ucraniano que en 2014 declaró su independencia, misma que Rusia reconoció este lunes. Ocho años atrás se despidió de un estadio Avanhard ya dañado por bombardeos y como pudo convirtió en su hogar la localidad de Zaporiyia, 400 kilómetros al suroeste de su lugar natal. Al menos el Zorya pudo subsustir. El otro club de Donetsk en primera división, el Metalurh, fue disuelto en 2015 por bancarrota.
Al tiempo, los dos equipos de Crimea entraron en otro limbo, toda vez que esa península del sur ucraniano fue desde 2014 directamente anexada por Rusia. Así que el Sevastopol y el Tavriya Simferopol dejaron de existir, renuente la UEFA a dejarlos integrarse a la liga rusa. Los dos cambiaron de nombre para poder hacerlo, aunque ex integrantes del Tavriya se mudaron a Járkov y ahí aún intentan relanzar al viejo equipo.
Algo que desde 2008 padece el club Dynamo Sukhumi de Abjasia, en el oeste de Georgia, pegado a la sede mundialista de Sochi: proclamada la independencia de ese sitio por rebeldes prorrusos, el Dynamo pretendió jugar contra equipos rusos. El torneo que sí pudo disputar e incluso como local fue el Mundial ConIFA 2016 organizado entre selecciones de países no reconocidos.
Detrás de tan complejo tema hay una cuestión histórica: la rusificación. Desde tiempos zaristas, aunque también durante los soviéticos, el desplazamiento de poblaciones de etnia y habla rusa a cada confín del enorme territorio nacional. Con eso se pretendía amortiguar posibles rebeliones, al tener gente propia en cada esquina del inmenso país. Cuando la URSS se separó, esa vieja dinámica fomentó que varias repúblicas ajenas ya a Rusia tuvieran porciones de alta presencia rusa. Por ellos, mayoritarios en varias regiones de exrepúblicas soviéticas, es que se han dado estas proclamaciones de independencia con apoyo desde Moscú.
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