Camelia Tigau
Investigadora del CISAN/UNAM
Hace dos siglos, Estados Unidos era un país abierto a la migración. Los migrantes, predominantemente europeos, eran bienvenidos y fácilmente asimilados, a diferencia de la población negra en esclavitud o de los indios autóctonos. Según la primera Acta de Naturalización de 1790, la ciudadanía se ofrecía sobre todo a ¨personas blancas libres¨ y con ¨buen carácter moral¨.
Posteriormente, los criterios de selección de migrantes se fueron multiplicando para incluir, además de la raza, la orientación sexual, política y la profesión. Si a finales de siglo XIX se preferían migrantes jóvenes y aptos para el duro trabajo físico que se requería en tiempos de la primera industrialización, la globalización requiere de trabajadores del conocimiento.
Desde 1965, cuando se introdujo el claro énfasis en la migración calificada a Estados Unidos, el país fue criticado por causar una fuga de cerebros que atraía los mejores profesionistas de América Latina, África y Asia. La mayoría de los premios Nobel de Estados Unidos fueron ganados por personas que nacieron en un país diferente, siendo incuestionable su contribución a la hegemonía científica, política y económica del país.
Por primera vez en la historia, Donald Trump amenazó con rebajar la migración calificada a Estados Unidos, suspendiendo acceso a visado y ciudadanía para ciertos profesionistas. Trump cambió el discurso del “sueño americano” por el de “América primero”, con el pretexto de proteger a los trabajadores nativos. Frente al ambiente xenófobo, algunos posibles transmigrantes del conocimiento cambiaron su destino para países más amigables, como Canadá o Alemania.
El paréntesis en la historia de la ganancia de talento en Estados Unidos acabó con la llegada de Joe Biden, quien fue nombrado también como el “Presidente de la migración”. Biden reconoció que ciertos trabajadores extranjeros, sobre todo de la salud y la agricultura, son esenciales en un contexto de pandemia. Los defensores de Biden aplaudieron la humanización de su discurso, mientras que los críticos advirtieron que su tolerancia iba a atraer más migrantes, sobre todo del Triángulo Norte, quienes verían una oportunidad para ingresar a Estados Unidos para trabajar, reunirse con sus familias y, en algunos casos, salvar sus vidas.
La realidad fue cruel: el protocolo “Quédate en México” volvió a instaurarse, a la vez que siguieron las prácticas de selección de migrantes con base en un fuerte sesgo competitivo y de alta especialización. El migrante hoy ya no debe ser sólo calificado, sino altamente calificado y, encima, contar con los requisitos de salud para entrar a Estados Unidos, país que sólo acepta unas pocas vacunas contra el Covid-19, al igual que la OMS. Como siempre, la crisis funciona como llave para cerrar las fronteras.