El Gobierno de Washington puede ver como parte del folklor populista mexicano que el presidente Andrés Manuel López Obrador mande cartas a la Casa Blanca donde le reclame cómo usan su dinero para apoyar organizaciones de la Sociedad Civil que no le gustan a la 4T.
No cae bien, pero tampoco preocupa a Estados Unidos que el Gobierno mexicano se adorne con su clientela política jugando el viejo juego de oponerse al imperialismo yanqui.
Pero cuando lo que está sobre la mesa es la unidad de un bloque occidental ante un enemigo que decidió un ataque militar como Rusia a Ucrania, la historia cambia.
La primera reacción del presidente López Obrador tras la incursión ordenada por Vladimir Putin a Ucrania fue tibia, con la típica letanía de evasión con aquello de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos.
El canciller Marcelo Ebrard y su embajador ante la Organización de las Naciones Unidas trataron de ser muy claros con la postura mexicana y su condena a la invasión rusa a un país libre y soberano como Ucrania.
Pero al final, tanto el secretario de relaciones exteriores como el embajador Juan Ramón de la Fuente, tienen un jefe, y ese jefe quiere jugar con las cartas de la ambigüedad.
El propio López Obrador dio la instrucción de añadir al pie de página de la condena mexicana a Rusia una nota para censurar por adelantado a Estados Unidos o a China, en caso de que también, algún día, invadan algún país.
Algo totalmente innecesario y que muestra ese virus dogmático y populista de la 4T que hoy afecta a nuestro país.
De hecho, la semana pasada la embajadora de Ucrania en México, Oksana Dramarétska, no dejó dudas en la contundencia de su mensaje, dijo que no habían sentido una declaración muy clara de México que condenara la invasión rusa.
No es bueno que México juegue desde su Gobierno a los mensajes provocativos. Esos lances totalmente innecesarios y torpes desde Twitter del secretario de Turismo, Miguel Torruco, donde comparaba que se gana más con los turistas rusos que con los ucranianos y de paso, saludando con afecto a sus amigos rusos de la línea Aeroflot, no caen bien a nadie cuando hay una invasión en progreso.
Hay todo menos inocencia en la ocurrencia del Gobierno de la Ciudad de México a cargo de Claudia Sheinbaum y Martí Batres en su decisión de iluminar los edificios públicos con los colores azul, blanco y rojo, que son los colores de la bandera de la Federación Rusa.
Claro, oficialmente el gobierno de Morena en la capital del país celebraba con esa cromática el aniversario de la independencia ¡de la República Dominicana! Porque, casualmente, su bandera tiene los mismos colores de la bandera rusa y pues decidieron en esta ocasión unirse al festejo.
Es mucho mejor que en las representaciones mañaneras el Presidente le dedique pocas líneas al conflicto en Ucrania, porque si bien reafirma la carencia de liderazgo global, al menos evita que ese dogmatismo de la 4T le traicione y meta en problemas al país.
No deben ser pocos los integrantes de este gobierno que quisieran gritar, como Nicolás Maduro de Venezuela, que su corazón está con el dictador ruso. Ojalá se contengan por el bien de México.
@campossuarez