Irina Sergueieva se convirtió en la primera combatiente voluntaria ucraniana en firmar un contrato militar a tiempo completo. Hoy, asegura que las mujeres que quieren unirse a defender Ucrania frente a Rusia no tienen una idea “romántica” de la guerra.
Esta mujer, de 39 años, fue aceptada como reservista en el ejército en 2017, cuando su país luchaba contra los separatistas prorrusos en Donbás, en el este del país.
Desde el inicio de la invasión rusa, el 24 de febrero, que sumió a Ucrania en una lucha por su supervivencia como país independiente, esta profesional de la comunicación ha visto llegar a muchos jóvenes, mujeres y hombres, también deseosos de tomar las armas.
“Los primeros días llegaban muchas jóvenes que querían hacerse con un arma para poder ir a combatir”, explica Sergueieva, desde un garaje subterráneo transformado de alguna manera en un campo de entrenamiento.
El garaje refleja el caos de una ciudad que se prepara para resistir un asalto ruso. A lo largo de una de las paredes de cemento, hombres con rostro serio y sin afeitar están acostados en literas.
En otro rincón, unas cuantas mujeres mayores vestidas de civil registran las coordenadas de las nuevas reclutas en portátiles. Y un poco más allá, un joven, sentado bajo un neón pálido, se está dejando cortar el pelo por una mujer con un sombrero hipster.
De pie, en medio de todo el escenario, Sergueieva, con aire pensativo, explica su trabajo como directora de la organización de combatientes voluntarios en su distrito de Kiev.
“Comprendí que muchas mujeres jóvenes estaban teniendo una idea un poco romántica de todo. Sus espíritus heroicos se despertaron”, cuenta.
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“Pensaron que iban a pelear sin entender realmente cómo funcionaba todo. Tuve que asentir con la cabeza, mientras les decía suavemente que tal vez no estaban hechas para eso”, prosigue.
Después de una pausa, agrega con una sonrisa, “pero tal vez también fue lo mismo para algunos hombres”.
– Un mundo “patas arriba” –
El avance de las fuerzas rusas, ahora a las puertas de Kiev, ha dado una sensación de peligro inminente en las calles de Kiev, donde se ha quedado la mitad de sus aproximadamente 3,5 millones de habitantes, según su alcalde, Vitali Klitschko.
Algunos barrios periféricos ya fueron destruidos parcialmente por ataques aéreos.
En los suburbios del noroeste, los cuerpos de soldados rusos y civiles ucranianos yacen abandonados en las calles y parques.
Se colocaron obstáculos antitanques y sacos de arena por toda la ciudad, ahora como si estuviera dividida en segmentos para la futura lucha de guerrilla urbana.
La abrupta transformación del paisaje de la ciudad sorprendió a los residentes que permanecieron, como la joven artista Natalia Derevyanko.
Formada como historiadora, esta mujer de 24 años mira a Sergeyeva y defiende tímidamente su decisión de tomar las armas.
“Mi mamá me felicitó por hacer eso”, relata, en el segundo día de su entrenamiento en el garaje. “Mucha gente está cambiando de trabajo porque todo nuestro mundo se ha puesto patas arriba”, remarca.
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– “Vuestros miedos desaparecen”
Olena Maistrenko, una psicóloga de 22 años, con la punta de un arma balanceándose entre sus rodillas, espera saber su destino.
Reacia primero, dice que ahora está preparada para la posibilidad de tener que disparar a alguien.
“Da miedo, especialmente al principio, cuando tomas un arma por primera vez y te das cuenta de que podrías tener que matar a alguien”, afirma.
“Pero luego lo superas. La vida está llena de matices. Vuestros miedos desaparecen”, prosigue.
Históricamente, las leyes ucranianas dificultaron que las mujeres ingresaran al ejército profesional.
Las leyes tuvieron que ser eludidas para permitir que Sergeyeva siguiera dos años de entrenamiento y, luego, se convirtiera en profesional.
Hasta la invasión rusa, las mujeres constituían solo un 5% de las fuerzas armadas y de la inteligencia militar, precisa. Pero este porcentaje ahora está aumentando rápidamente.
Natalia Kuzmenko, de 53 años, propietaria de una pequeña empresa, revela que se unió al garaje para cocinar para los soldados y asegurarse de que todos tuvieran los uniformes limpios.
“Pero firmé un contrato. Eso significa que también tengo que estar lista para tomar un arma y luchar”, concluye Kuzmenko.
SLF