Pancho Graue

México se acerca peligrosamente a pasar de ser una democracia en desarrollo -y sin duda con muchos defectos- a convertirse en un Estado totalitario sin precedentes en nuestra historia reciente.

No es fácil distinguir entre un autócrata y un totalitario; comparten muchas características -todas terribles- pero el totalitarismo necesita de un partido o movimiento para la consecución de sus fines políticos que, para cumplirse, requieren la extinción de la democracia y la supresión sistemática de la libertad.

El presidente López Obrador no es ese hombre sin sentido que se nos presenta en ciertos sectores de la opinión pública, es alguien con un proyecto político donde las personas dejan de ser tales para existir sólo en función de su movimiento: la cuarta transformación.

La polarización social es un elemento básico para los totalitarios, donde a unos, mediante dádivas, se les inculca una fe ciega y sumisa ante el líder y a los demás -los conservadores- se les impone un miedo paralizante mediante acciones desde el Gobierno: descalificaciones mañaneras, amenazas, extorsión y abrazos con balazos si se requiere. Da igual si son clases medias, empresarios u opositores políticos internos o externos. Para todos ellos AMLO tiene lista una descalificación y una amenaza diario a las 7:00 AM.

El método presidencial es la reducción al absurdo y así distraer permanentemente a la opinión pública: retar a la corona española, a la Iglesia, a Panamá, a la UNAM, defender colaboradores indefendibles y un muy largo etcétera. Toca ahora insultar a los parlamentarios europeos. Distraer y destruir es la consigna del régimen.

La sucesión presidencial adelantada -las corcholatas presidenciales- fue un ejercicio pensado y meditado con el propósito de tener todo el tiempo necesario para observar la reacción de partidos opositores, medios y, sobre todo, analizar la reacción del movimiento, de los destapados y sin duda de aquellos personajes que podrían significar un peligro para el proyecto político personal del Presidente.

Al primero de ellos, Ricardo Monreal -eterno aspirante a candidato presidencial- lo provocó donde más le duele: lo ignoró. Y cuando Monreal reaccionó -tal y cómo se esperaba- se le aplacó por orden presidencial. Monreal ahora es un personaje menor y apartado del movimiento. Adán Augusto López se presentó en el Senado y lo puso en orden de forma más que humillante.

Lo de Marcelo Ebrard es bastante más perverso, a él sí le dieron su corcholata -Perrier- y le hicieron creer que tenía posibilidades de competir con Claudia Sheinbaum, al punto que Ebrard empezó a desplegar grupos en apoyo a sus aspiraciones. ¿Error o ingenuidad?

A partir de ese momento, el Presidente asumió el rol de canciller, dinamitando a cada paso la ruta de Ebrard y éste, preso de sus aspiraciones, no tiene más alternativa que doblar la rodilla ante el jefe supremo, ya sea publicando mensajes en sus redes en apoyo a la familia presidencial -contra toda su voluntad- o con la imposición de un silencio absoluto cada vez que AMLO decide utilizar la política exterior mexicana como medio de distracción.

El punto más humillante para Ebrard es el reconocimiento de AMLO de la redacción -junto con Jesús Ramírez- de la carta en contra de los parlamentarios de la Unión Europea, dejando a la política exterior mexicana -y a su canciller- en un ridículo monumental. AMLO ha confirmado lo que Ebrard significa en su proyecto. Nada.

Si Ebrard quiere aún ser candidato a la Presidencia debe renunciar ya. Es un tema de dignidad personal y responsabilidad ante México.

@Pancho_Graue

fgraue@gmail.com