Vivimos en un mundo hiperconectado en el que todo lo que sucede a nivel macro en cualquier lugar del planeta, puede afectar, potencialmente, a todos. La gran prueba de esto fue la pandemia de Covid, que no dejó a un solo ser humano sin sentir su efecto, ya sea por la enfermedad misma, o por las repercusiones económicas: países enteros vieron a sus economías sacudidas por la crisis. Pero nada afecta tan drásticamente al comercio mundial como las guerras y, por desgracia, los ejemplos que apoyan a esta afirmación son demasiados, y recientes.
Si el final de la Segunda Guerra Mundial, a mitad del siglo pasado, cambió por completo la faz de nuestro planeta y marcó la división internacional del trabajo que hasta el día de hoy condiciona a las economías del mundo, las guerras modernas, más pequeñas en escala, pero igual de cruentas, tienen el potencial de impactar a todos los jugadores y componentes del comercio internacional de nuestro mundo.
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¿Cómo? La globalización se ha encargado de que nadie crezca en aislamiento. Las grandes compañías, sobre todo, se sirven de la importación de manufacturas y materias primas, de maquinaria y de piezas, para sus procesos productivos; y, a su vez, exportan a una cantidad de mercados de diferentes países sus productos finales. Es una cadena más o menos frágil de suministros y mercados de destino en la que el menor problema en uno de los eslabones puede echar todo por la borda.
El ejemplo más actual y, a la vez, el más claro, es el de la invasión rusa a Ucrania, llevada a cabo a finales de febrero de este año. La guerra (que, al momento de escribir este artículo, lleva unas 2 semanas) afecta al comercio internacional de dos maneras: por un lado, Ucrania se encuentra sumido en una crisis en la que prácticamente todas sus exportaciones e importaciones se han visto afectadas. Su principal socio comercial es China, mercado al que, en el 2020, Ucrania exportó mercancías por un total de 7,1 mil millones de dólares.
Empresas de logística como YunExpress y China Post, a su vez, se ven obligadas a encontrar soluciones en medio de un conflicto que pone en riesgo desde la seguridad de las mercancías hasta la de los propios transportistas. Por otro lado, un factor clave en la guerra moderna son las sanciones.
Las sanciones económicas son el arma de que se están sirviendo aquellos países que no pueden intervenir directamente en la guerra, y los efectos de estas son inconmensurables. Sin ir más lejos, tanto Estados Unidos como la Unión Europea en su conjunto se han comprometido a reducir o eliminar sus importaciones de petróleo de Rusia, uno de los principales proveedores de crudo de petróleo del mundo. Esta sanción ya está afectando a los costos de la gasolina en todo el mundo, costo que, a su vez, afecta a prácticamente todas las industrias.
Lo peor de todo es que esto, en realidad, no es más que una gota en el mar de consecuencias económicas y financieras que las guerras tienen en el comercio exterior.
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Como respuesta a las sanciones económicas que está recibiendo, Rusia ya anunció que limitará sus exportaciones de materias primas, lo que afectará a una gran cantidad de compañías de todo el mundo que dependen de sus importaciones rusas, pero, sobre todo, afectará a las compañías rusas que dependen de esas exportaciones y del acceso a los diferentes mercados en los que, hasta hace unas semanas, operaban libremente.
Así, las guerras pueden afectar drásticamente, y de una variedad de maneras, a las importaciones y exportaciones de cualquier compañía remotamente conectada con alguno de los participantes del conflicto. En este tipo de casos extremos, los gobiernos suelen velar más por sus objetivos geopolíticos, que por la salud económica de sus empresas.
KA