Hace unas semanas alguien cercano al presidente Andrés Manuel López Obrador le dio cuerda al mandatario con aquello de una columna donde lo acusaban, según dijo literalmente el propio jefe del Ejecutivo, de Presidente Imbécil. Afortunadamente, se dio cuenta en segundos de su error y que la cabeza del relato periodístico decía “El imbécil de Palacio”.
El equipo presidencial tuvo que leer algo más que el encabezado para darse cuenta de que el texto hablaba del jefe de Protección Civil de la Presidencia, quien el 3 de marzo cuando tembló a la hora de la mañanera dejó atrapados a los representantes de la prensa dentro del Salón Tesorería para que no molestaran al señor Presidente en su punto de evacuación. Suscribo el calificativo a ese personaje.
El punto es que el presidente López Obrador parece sentirse perseguido, es común que ubique el epicentro de cualquier hecho que él considere negativo en un intento por atacarlo a él, solo a él.
Y esto va desde una columna periodística hasta una resolución del Parlamento Europeo. El siguiente paso es que López Obrador reacciona con violencia verbal, pero lo hace usando para su causa la máxima tribuna del país, en la que como Presidente acumula un poder descomunal.
Apenas la semana pasada López Obrador se volvió a enganchar con otra declaración que se puso como saco a la medida, aunque no tuviera su nombre en la etiqueta.
Pero bueno, cuando el expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León lamentó que América Latina esté sufriendo una ola de gobernantes populistas e ineptos, tampoco hacen falta invitaciones rotuladas para sentirse aludido.
López Obrador cree que tiene el derecho a insultar a quien no esté con él, a quien piense diferente. Si los llama conservadores o neoliberales, a muchos les hace el favor de distanciarlos de su camarilla, pero acusar sin ton ni son de mafiosos o corruptos a los que no lo apoyan, es un insulto si no lo acompaña de pruebas.
Al mismo tiempo, López Obrador cree que nadie tiene derecho a señalarlo, por ejemplo, de encabezar un Gobierno populista e inepto.
Está mal que se lleve y no se aguante, pero está peor que use todo el poder presidencial para ajustar cuentas con sus adversarios, reales o gratuitos.
Hay dos cosas en ello. Primero, la disparidad en los recursos que tiene un Presidente tan poderoso frente a algún periodista, empresario, político o ciudadano que no tiene ese mismo poder. Eso es un abuso.
Y, segundo, todo ese precioso tiempo que emplea el Presidente en sus asuntos personales, en los de su grupo político, o en los ajustes de cuentas, que le quitan la oportunidad de atender los tantos y tan profundos problemas que tiene el país.
Ese permiso que le da una mayoría de la sociedad a López Obrador para actuar de manera parcial e interesada permite a su 4T dar esos siguientes pasos hacia hacer normal y estándar esa conducta facciosa. Esas causas de grupo, esa única voluntad, empieza a hacerse ley.
Empiezan a multiplicarse los golpes a la legalidad. Hay que tener clara esta fase del actual régimen.
@campossuarez