​                                                                                                          Julio Patán

 

Todo fue ver a la mujer en la inauguración del “Felipe Ángeles” -quien vendía no tlayudas, según nos enteramos, sino doraditas- y que se multiplicaran los golpes de pecho; las exhibiciones de buenismo; los latigazos de superioridad moral. Que hay que ser muy clasista para no entender lo conmovedor, lo popular, lo 4T que es ver a una mujer sacando antojitos de una canasta en un aeropuerto, nos vinieron a decir, primero, el Presidente, y enseguida todos los propagandistas. Que, por el contrario, es un gusto que, gracias a este Presidente sensible, pleno de amor por el pueblo, esa mujer estuviera ahí, doradita en mano, sin cubrebocas.

Bueno, de acuerdo. Puede ser un gusto ver a esa mujer ahí. Lo que no es un gusto es verla de esa forma. Porque había otras maneras de hacer las cosas. El Presidente podría habernos presentado a la mujer en un local limpio, bonito, eficiente, propio del siglo XXI y de un aeropuerto internacional. Enseguida, nos hubiera explicado que ese local era el primero de los varios que, en el transcurso de X meses, ayudarían a convertir el nuevo aeropuerto en un referente gastronómico. Que se convocaría a diez o 20 personas de todo el país, personas dedicadas a la gastronomía popular, y que, como a la mujer de las doraditas, se les capacitaría para tener un negocio en condiciones, llevado con eficiencia empresarial, con una carta formada por los platillos de su tierra. Así, el “Felipe Ángeles” podría convertirse en el mosaico de la, sí, formidable cocina mexicana. Luego, nos hubiera dicho que para capacitar a esas personas se convocó a chefs de alto nivel, y a empresarios restauranteros, y a quien ustedes quieran. Que así, además, esas personas podrían llevar a sus barrios, pueblos, ciudades, comunidades, el conocimiento adquirido, y tal vez, a la larga, abrir otros negocios y crear más empleos y, por lo tanto, algún tipo de prosperidad. Más lejos aún, hubiera podido anunciar que, como han hecho muchos de esos chefs, los establecimientos se abastecerían en la medida de lo posible con productos locales, para que lo de impulsar el crecimiento en la zona tenga visos de realidad. Y hubiera rematado diciendo, civilizadamente, que esos locales convivirán con los restaurantes de lujo y los negocios de comida rápida que distinguen a cualquier aeropuerto.

Pero, claro, qué gracia tiene eso. Es mucho más fácil y satisfactorio sentirte una buenísima persona, amante del pueblo bueno y, así, mientras llegas en una Suburban y celebras la pobreza, se entiende que la ajena.

 

@juliopatan09