El primero fue la prohibición del libro gráfico Maus -premio Pulitzer, 1992-, por parte de una junta escolar en Tennessee
Foto: AFP El primero fue la prohibición del libro gráfico Maus -premio Pulitzer, 1992-, por parte de una junta escolar en Tennessee  

En 2019, la noticia de una quema de libros escritos por J. K. Rowling sobre la vida de un mago, llevada a cabo por miembros de una congregación en Polonia, me detonó los recuerdos de una educación católica tradicional, como la de muchos en Latinoamérica, y particularmente en México.

Entre las limitantes -que no prohibiciones, porque las catequistas de la escuela sabatina no tienen injerencia en nuestra educación pública y laica- estaba la de no idolatrar a “falsos dioses” y, en todo caso, no promover temáticas que tuvieran que ver con brujería o prácticas parecidas. En el México de 2005, no solo “las otras religiones” pasaban por el escrutinio de
las catequistas, también los libros y películas de moda.

En más de una ocasión, la salida de la escuela era un imán para asociaciones como la de los Gedeones (cristianos evangélicos), que se dedicaban a repartir ejemplares de bolsillo del Nuevo Testamento con pasta azul. Muchos terminaban siendo granada de mano en los enfrentamientos a “librazos” que se organizaban a la hora del recreo.

Para el siguiente sábado, la catequesis ya estaba bien informada sobre las escuelas donde se habían repartido los impropios materiales, y los niños eran exhortados a entregar los libros que sobrevivieron a la guerra escolar.

La iglesia nunca reveló el destino de los “libritos”. Con el tiempo, los que no terminaban en la basura se convertían en pisapapeles, acumuladores de polvo o material para la fabricación de cigarros caseros… que no siempre fomentaban el consumo de tabaco.

Pero el exterminio de la literatura no es exclusivo de los años recientes, como tampoco lo es de las religiones, y a veces puede dar la impresión de que no es un ejercicio de censura, sino de “protección” a los lectores, uno que, pasado el tiempo, termina por ser un “borrado de memoria”, al tratarse de textos que exponen, por ejemplo, temáticas incómodas que forman parte de la historia de las grandes potencias.

En Estados Unidos, personas como Suzanne Nossel llevan décadas luchando contra la prohibición de libros, un fenómeno que en este país de Norteamérica pasó de episodios esporádicos durante un año a convertirse en un problema de cada semana, principalmente en los estados donde gobiernan los republicanos.

Para el sistema escolarizado estadounidense en niveles básicos, un asunto que generalmente está atado a la consideración de directivos y juntas de padres, ahora se trata de un deliberado “control de narrativas” que ha motivado a algunos a impulsar prohibiciones legislativas, según cuenta Nossel, directora de PEN America, una organización sin fines de lucro que
fortalece la lucha por la libertad de expresión y los Derechos Humanos de los escritores en el mundo.

Recientemente, el revuelo en el país lo causaron dos casos. El primero fue la prohibición del libro gráfico Maus -premio Pulitzer, 1992-, por parte de una junta escolar en Tennessee, ya que contiene groserías y desnudos, aunque se trata de una historia acerca de supervivencia en los campos de concentración nazis. El segundo se trata de la reforma al plan de estudios
en Texas del actual ciclo escolar, que implicó la solicitud de prohibir 850 títulos que, según el congresista local, Matt Krause (republicano), eran de contenido pornográfico, solo por tratar temáticas de la comunidad LGBTQ+.

El mismo gobernador, Gregg Abbot, solicitó a las juntas escolares hacer una revisión y selección de los materiales en noviembre pasado para evitar la difusión de “imágenes inapropiadas”.

Religión, el Holocausto, esclavitud, segregación racial, y textos que aborden temáticas Queer o LGBTQ+ son hoy los principales objetivos de la “cacería” que se encuentra activa en Estados Unidos, y que va tras títulos como The Handmaid's Tale, de Margaret Atwood, o Maus, el relato de Art Spiegelman, quien reconoce que trata temáticas sensibles para los lectores más pequeños, pero que no deberían evitarse, pues “si un niño quiere leer Mein Kampf (Mi Lucha, de Adolf Hitler), es mejor hacerlo en una biblioteca o en un ambiente escolar que descubrirlo en los estantes de papá y quedar traumatizado”.

AR