Algunos han emigrado, otros fallecieron en el combate, pero muchos de los 718 mil habitantes de la ciudad ucraniana de Lviv, la sexta más poblada de la nación exsoviética, aún resisten la invasión rusa. Desde el 13 de marzo, día del primer ataque, y hasta apenas esta semana, misiles de precisión han asolado la considerada capital cultural de Ucrania.
Lviv todavía vive con las huellas de su pasado polaco y austrohúngaro, evidentes en su arquitectura que combina los estilos de Centroeuropa y Europa del Este con los de Italia y Alemania. Sin embargo, todo queda ensombrecido entre el humo de los incendios, bajo el temor de que su riqueza arquitectónica muera.
El ataque ruso del pasado 26 de marzo se produjo con misiles de precisión Kalibr, los cuales destruyeron los principales depósitos de combustible del oeste del país y también instalaciones militares de reparación de vehículos blindados.
Anteriormente, Rusia había atacado el aeropuerto de Lviv, el 18 de marzo, sin dejar víctimas mortales, pero el ataque más letal que ha sufrido esta provincia sucedió el 13 de marzo, cuando Rusia disparó 30 misiles a la base militar de Yavoriv, matando a 35 militares e hiriendo a 134 más, al menos esos son las cifras de las que disponen las autoridades.
La base militar de Yavoriv se había utilizado en los últimos años como campo de entrenamiento para las fuerzas ucranianas bajo la supervisión de instructores extranjeros, entre ellos estadounidenses y canadienses, además de ser la base a la que llega parte de la ayuda militar que los países occidentales entregan a Ucrania.
Lviv se considera el principal centro nacionalista de la nación ucraniana, además de ser importante para su cultura, por el innumerable acervo en estatuas, monumentos y edificios hoy en riesgo bajo las bombas.
La ciudad se perfila como el puesto de mando alternativo para la conducción estratégica de las operaciones ucranianas ante la invasión, haciendo de Lviv un blanco preferente para los misiles de Vladímir Putin.
LEG