Las víctimas fatales de la guerra en Ucrania son contabilizadas a diario. Los hogares de la gente caen tras los bombardeos, puentes humanitarios son impedidos por las fuerzas del Kremlin, y desde occidente los esfuerzos diplomáticos no logran afianzar la tan ansiada paz, mientras que las sanciones al país euroasiático comienzan a hacer sufrir a los ciudadanos rusos.
Pero el impacto que la invasión de su país ha tenido en los ucranianos no está delimitado por sus fronteras. Los ataques y la devastación las traspasaron desde el primer día, y se dispersan por todo el mundo a través de las historias de quienes la viven de primera mano y de quienes se encuentran lejos de su país, incrédulos de que una guerra como la que hoy se libra en Europa del este sea posible en pleno siglo XXI.
“La última vez que fui era noviembre, en 2021. Nadie esperaba una guerra, menos una que estallara así”, relata Anna Shpak, una mujer ucraniana que reside en México desde 2012 y que, antes de la “misión especial” de Vladímir Putin, viajaba a su país al menos dos veces al año para visitar a su madre.
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A pesar de que los expertos tenían sus razones para decir que una guerra entre Rusia y Ucrania era improbable, el presidente del Kremlin salió el 24 de febrero, a primera hora de la mañana para anunciar el inicio de una “operación militar” con el único objetivo de “desnazificar” el territorio y la defensa de las regiones prorrusas en el Donbás. De inmediato se movilizaron los casi 200 mil efectivos que el gigante euroasiático había desplegado en las fronteras con anticipación, dejando al mundo atónito ante la velocidad de su avanzada, una ventaja que le duró poco, pues la defensa ucraniana se consolidó con el pasar de los días.
“El día que esto comenzó (la invasión), yo iba llegando a casa del trabajo y el chat de los ucranianos que vivimos en México estaba lleno de mensajes”, continúa Anna, que describe el sentimiento de la gente en la conversación, todos dando cuenta de cómo sus familiares, el otro lado del mundo, escuchaban las explosiones a lo lejos sin saber lo que sucedía. No cayeron en cuenta sino hasta que el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, salió a anunciar que había comenzado el ataque ruso, dando paso al éxodo de refugiados.
La familia de Anna es de Poltava, una ciudad en el centro del país que se encuentra a unos 350 kilómetros al sureste de Kiev, la capital y el principal objetivo del ejército de Vladímir Putin. Aunque Anna no se encontraba ahí, saber que su madre estaba tan cerca de los ataques la llevó a plantearse de inmediato una forma para alejarla.
“Me dijo que no. Mi mamá siempre vivió allá, pero cuando la gente comenzó a huir a la frontera ella quiso esperar a que el camino fuera más seguro”. Según cuenta Shpak, cuando la gente entendió que los bombardeos venían de todas partes quisieron salir del país, desatando el pánico y obstruyendo todas las vías rumbo a occidente, donde está la frontera con Polonia.
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La situación migratoria en Ucrania se salió de control de inmediato. Dos días después del anuncio de Putin, ya eran más de 115 mil los ucranianos que habían salido del territorio vía la Unión Europea, que de inmediato abrió sus puertas al flujo de refugiados, instándolos a seguir avanzando en la región para no saturar la capacidad de Polonia, una de las grandes puertas de entrada a la UE. Los registros calificaron a este como el mayor fenómeno migratorio desde la Segunda Guerra Mundial, y hoy ya suma más de 4 millones de desplazamientos forzados dentro y fuera del país.
La negativa de su madre le abrió paso a días llenos de angustia en los que le enviaba fotos de cómo dormía en el baño o en el pasillo de su hogar, pues es lo que se debe hacer cuando suenan las sirenas de alerta por bombardeos.
Elena Shpak, la madre de Anna, tan cerca del fuego, le contaba a su hija lo que vecinos y conocidos atravesaban. Gente refugiada en sótanos sin poder salir pues quienes se aventuraban a ir en búsqueda de ayuda terminaban por convertirse en objetivos de las balas rusas, mujeres sin acceso a un sangrado digno durante su periodo por la falta de agua y compresas, el hambre durante el aislamiento y la
imposibilidad de huir de esa situación.
Pero si por un lado Anna Shpak afrontaba la preocupación de que su familia se encontrara al alcance del fuego invasor, por el otro halló la forma de hacer todo lo posible para ayudar a su país desde México, una labor que no hizo sola.
En estos años, connacionales la agregaron a un grupo en el que más ucranianos -residentes y de paso- en México interactúan para conocerse y compartir la cultura y adaptarse a un nuevo país, pero el grupo se tornó en algo distinto en cuanto su país se encontró bajo ataque.
“A partir de que inicia la guerra muchos más se unieron al grupo, y desde el día uno comenzamos a planear la colecta de ayuda”, comenta la ucraniana que hace 10 años decidió quedarse a vivir aquí tras llegar para cumplir con sus contratos como modelo.
“Comida, ropa, pañales. Juntamos casi 10 toneladas de ayuda que no sabíamos cómo enviar hasta la frontera, pero fue dentro del mismo chat que entre contactos de conocidos se pudo hacer” relata orgullosa del esfuerzo y los ánimos de cooperación que recibieron también de migrantes de otros países, incluidos rusos y los mismos mexicanos.
Llevar esa cantidad de suministros hasta Polonia fue tan solo el primero de los obstáculos. Una vez allá, la labor de los voluntarios también exige que se jueguen la vida para brindar ayuda a los refugiados, y deben evaluar en qué momento hacer llegar el acopio sin llamar la atención del ejército ruso que espera para disparar.
A más de cinco semanas de iniciada la guerra, Naciones Unidas reporta que hay más de 2 mil heridos, y ha confirmado la muerte de mil 325 civiles oficialmente, de los que al menos 120 son menores de edad, sin embargo el organismo estima que la cifra puede ser mucho mayor.
En medios hay reportes de incendios a la mitad de las carreteras, fotografías de vehículos y cuerpos bajo neumáticos, lo que hace pensar que las fuerzas rusas podrían estar incinerando evidencia que pueda ser utilizada para juzgarlos por perpetrar crímenes de guerra.
Shpak, que llegó a México gracias a sus contratos como modelo y que aún hoy se desempeña en ese ámbito, suele subir a sus redes los resultados de sus sesiones fotográficas, pero desde que estalló el conflicto su contenido se ha volcado a la ayuda. Utiliza sus plataformas para conectar con más ucranianos y convocar a sus seguidores a las manifestaciones que la comunidad realiza cada semana en contra de la guerra.
El 18 de marzo, su cuenta en Instagram fue la plataforma para dar a conocer la llegada de la señora Elena al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, una travesía que tras semanas de espera y más de 14 horas de tránsito para llegar a la frontera polaca por fin reunió a madre e hija en territorio mexicano.
Hoy, Ucrania sigue bajo el ataque de la invasión rusa, aunque las negociaciones de días pasados prometían una desescalada a corto plazo, el asedio a ciudades como Mariúpol y las pocas salidas al mar que le quedan al país europeo siguen contabilizando pérdidas humanas y materiales, impactando incluso en la vida del resto del mundo.
klcg