Es más fácil seguir sufriendo que cambiar
Bert Hellinger
La gente tóxica está de moda como la culpable de todos los males del mundo. En todas las redes sociales e incluso páginas de psicología de la web hay una vasta caracterología y muchas recomendaciones para alejarse de este tipo de personas.
Así que ya sabemos cómo son, pero ¿quiénes son?, ¿por qué son? He aquí el misterio develado: la gente tóxica es aquella que tiene el sufrimiento como actitud vital, aunque no se le note.
Así, las personas toxicas pueden ser narcisistas, psicópatas, sociópatas, maquiavélicas o todas a la vez (como los haters); pueden estar abiertamente instaladas en el drama o mantenerlo oculto bajo una personalidad carismática, pero siempre son los “lobos con piel de cordero”.
En un extremo, creen que su gran tolerancia al sufrimiento les da derecho a ser reconocidas, incluso admiradas, y tratadas de forma especial, “con pinzas”. Son las víctimas que se quejan, reclaman, acusan.
En el otro, siempre tienen una forma abierta y directa, o solapada, de descalificar a los demás, hacerlos sentir insuficientes, para imponer sus puntos de vista como verdades y que se haga su voluntad.
En todo caso, llegan a tales extremos porque han sido condicionados para adoptar una de estas dos personalidades cuando están huyendo del dolor genuino. Ambos, el sufriente resignado y el dominante carismático, obtienen beneficios: la o el que sufre encuentra quién se haga responsable de él o ella; la o el que domina puede, al menos por un tiempo, controlar a los demás. Los dos se sienten seguros con este resultado, en su zona de confort.
Pero si de no saber gestionar las emociones se trata, entonces todos, aun cuando no lleguemos a estos extremos, tenemos algo de tóxicos. Quienes no hemos desarrollado esta toxicidad a nivel patológico, la reconoceremos y tratamos de cambiar. Quien no la ve en sí mismo ya está perdido. Seguramente en uno de los extremos descritos.
La toxicidad proviene de una mezcla entre el miedo a ser heridos y un ego paranoico. Entendamos que el ego es una parte de nosotros que tiene la finalidad de modular nuestra convivencia con los demás, defendernos y ubicarnos en el lugar que nos corresponde.
No es nuestro enemigo, pero hay que educarlo, moldearlo. No tiene mente propia. Es una construcción personalísima, que generalmente abandonamos a su suerte, dejándolo presa de nuestro caos emocional y mental, pero le damos el control de nuestras vidas, confundiéndolo con nuestro yo.
Ese ego paranoico es el que causa el sufrimiento, creando un drama interno, un dolor ficticio, a partir de fantasías y exageraciones, para huir del genuino. Exacerba nuestros miedos, nos impulsa a tratar de controlarlo todo y a hacer todo lo posible para obtener la aprobación de los demás, de manera que estemos seguros de que no seremos lastimados.
Pero el ego no tiene alma, está identificado completamente con nuestra mente y no conecta al corazón, aunque sea indispensable para existir, de manera que si lo confundimos con nuestro yo, viviremos siempre con carencia, pues nada puede satisfacerlo, sus deseos son dispersos, incontrolados y superficiales.
La satisfacción, la seguridad y la felicidad son cosas del alma. El anhelo, el amor, la fe, la esperanza, la compasión y la empatía son obra del corazón.
Para los tóxicos todo es insatisfacción y sufrimiento, porque el ego pone condiciones inalcanzables a la vida y a los otros. Su naturaleza es la de proveernos de lo mejor, pero si no lo moldeamos y lo dirigimos con el alma y el corazón, lo dejaremos entonces en las garras de ese torturante caos mental que todos tenemos, aunque ni cuenta nos demos.
Tememos escuchar a nuestra alma y nuestro corazón porque hacerlo nos pone en contacto con nuestra vulnerabilidad, que es lo que nos hace necesitar a los demás y ser necesitados por otros. El problema es que la confundimos con debilidad.
@F_DeLasFuentes
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