La alta inflación que mantiene la economía mexicana desde hace más de un año finalmente encendió los focos de alerta en el régimen de Andrés Manuel López Obrador.
Por supuesto que las luces en rojo que se encendieron en el tablero de Palacio Nacional son las de la popularidad y las de la aceptación del propio Presidente, que son las que más importan en la 4T.
La feligresía se sigue alimentando del discurso de odio contra los enemigos habituales del Presidente, con todo y esas variantes de acusar de traidores a la patria a los legisladores opositores. Pero esa cohesión en torno al rencor se topa con la realidad del bolsillo que también les duele a los más fieles seguidores del Presidente.
Los altos niveles inflacionarios que vemos son un fenómeno mundial que se han incrementado por muchos factores, que van desde los efectos económicos de la pandemia de Covid-19 hasta el impacto de la invasión de Rusia a Ucrania.
Pero en países como México, donde se dejó a los trabajadores y a las empresas a su suerte durante la peor parte de la crisis, los efectos se multiplican porque no hay una recuperación económica que compense las alzas en precios. Hay un ambiente de alta inflación y sin crecimiento.
Ahora, la propaganda oficial pretende que, por lo menos sus fieles seguidores, le crean que estamos mejor que Estados Unidos, porque allá tienen más inflación que en México.
Sí, solo que allá el crecimiento económico del año pasado ya sacó a esa economía de la recesión y aquí, regresar el Producto Interno Bruto a niveles prepandemia llevará todo el sexenio. Pero está claro que la preocupación real en Palacio Nacional es la popularidad, no la veracidad.
Lo que hay que esperar es conocer cuál es el alcance del programa antiinflacionario de la 4T que López Obrador prometió presentar la próxima semana. El botón de muestra llegó hace meses con el control de precios en el gas LP.
Es muy del siglo pasado pretender arreglar la inflación controlando los precios y conocemos la proclividad de la 4T por esos métodos de mediados del siglo XX. Topar los precios de una veintena de productos de la canasta básica generaría necesariamente distorsiones en un mercado que se rige por precios internacionales.
El Gobierno ya controla los precios internacionales de las gasolinas a un alto costo fiscal, son recursos del erario que se destinan a un subsidio regresivo, pero que ciertamente ayudan en el control de los niveles inflacionarios. Solo que esos cientos de miles de millones de pesos que se queman en las gasolinas dejan de usarse en rubros más útiles del gasto público.
Sin embargo, los productores privados de bienes agroindustriales y manufacturados enfrentan la realidad de altos costos de materias primas importadas que no rigen sus precios por la buena voluntad política de la 4T.
Ya veremos el miércoles de la próxima semana los alcances del plan del régimen, que tiene más cara de imposición que de un pacto.
El objetivo final es que se pueda paliar el efecto electoral de la inflación. Es como la confesión que hizo ayer el propio Presidente de que pide a las líneas aéreas que aumenten el número de vuelos desde la terminal de Santa Lucía, aunque no sean rentables, pero que deben servir para que no lo critiquen.
@campossuarez