Como se esperaba, el actual presidente de Francia, Emmanuel Macron, resultó vencedor en la segunda vuelta de la elección presidencial celebrada el pasado 24 de abril. En otras palabras, continuará a la cabeza del gobierno francés durante cinco años más.

De acuerdo con el sitio oficial del Ministerio del Interior, del total de votos contabilizados (32,077,401), Macron obtuvo el 58.54%, mientras que su rival, Marine Le Pen, obtuvo el 41.46%.

El resultado de la elección fue recibido con mucho júbilo al interior de la Unión Europea, sobre todo por las jefas y jefes de Estado que, al igual que Macron, se pronuncian a favor de la integración regional.

En un primer análisis, se podría concluir que la extrema derecha francesa, aquella representada por una política de larga trayectoria que en algún momento propuso, por ejemplo, prohibir el velo a las mujeres musulmanas cuando estuvieran en espacios públicos, impulsar un cambio constitucional para incorporar nuevamente la pena de muerte y eventualmente favorecer la salida del país de la UE (el Frexit), perdió ante un programa que no encuadra en una ideología específica.

No obstante, al analizar con un poco más de detalle los hechos, se puede argumentar que la extrema derecha no ha perdido. Al comparar los resultados de esta elección con la celebrada en 2017, en la que por cierto compitieron los mismos candidatos, se advierte que ahora Marine Le Pen obtuvo un mayor número de votos, lo cual redujo de manera considerable el margen con el que resultó ganador Macron.

Otro elemento que vale la pena destacar es el hecho de que el actual presidente tuvo que modificar en varias ocasiones sus discursos como candidato para ganar la simpatía de ciudadanas y ciudadanos que están a favor de políticas públicas que encajan en el segmento de derecha del espectro político.

Finalmente, es imposible obviar que la extrema derecha, con sus discursos nacionalistas y xenófobos, está ganando espacios importantes al interior del país, debido a un contexto continental caracterizado por crisis migratorias, económicas y sociales que, en muchas ocasiones, se atribuyen a la mala gestión de las instituciones europeas.

Ante un escenario con perspectivas poco halagüeñas, el presidente Macron tendrá que rediseñar su estrategia para gobernar, de tal forma que se resuelvan todos los problemas internos, o al menos los más urgentes, y de este modo recupere la confianza de la ciudadanía, misma que perdió desde hace varios años.

Y, por si fuera poco, se acercan las elecciones para conformar la Asamblea Nacional (poder Legislativo), momento en el que se definirá si el presidente reelecto gobernará con una mayoría o, como muchas y muchos especialistas sugieren, tendrá que compartir el poder con un gobierno de oposición encabezado precisamente por la extrema derecha, la cual no le permitirá dirigir la nación a su manera sin que medie el consenso. Esto último, si bien es poco probable, ya no es imposible, pues la ultraderecha está más presente que nunca.

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