El entretenimiento es clave en cada etapa de nuestras vidas, porque nos ayuda a comprender la realidad desde un ángulo indirecto, como una señal de cambio, empatía o reflexión. Sin embargo —a menos que nos dediquemos a ello—, la mayoría del tiempo frente a las pantallas fue en la niñez, cuando la preocupación más grande era cómo íbamos a pasar el día, o qué caricatura o programa representaríamos a la hora de jugar con nuestros amiguitos.
Ahora, con el Día del Niño a la vuelta de la esquina, es lógico pensar en quiénes éramos en los primeros años de formación, y qué productos de la cultura pop nos criaron. Porque aunque las figuras adultas tuvieron un rol clave en nuestra educación, también los programas favoritos nos dieron una idea de cómo comportarnos o las cuestiones clave de la moral, la amistad o valores de comportamiento. No por nada los programas infantiles tienen, casi en su mayoría, tramas simples con moralejas sobre la vida cotidiana.
En la actualidad, los programas de antaño son un vehículo ideal para nutrir un motor que al crecer se nos pudo haber roto: los sueños. Era común, por ejemplo, querer ser un caballero Jedi después de ver las películas de Star Wars y pasarse horas imaginando historias alternas con los juguetes a nuestra disposición. La mayoría de los adultos no se influencian de estas aventuras para escoger una carrera más adelante, más este tipo de odiseas sí llegaron a inspirarnos en algún momento, haciéndonos creer que cualquier cosa sería nuestra, sin importar cuántos obstáculos hubiera en el camino para conseguirlas. Después llegan las cuentas, las dudas existenciales o lxs hijxs y esa ilusión puede desmoronarse frente a nuestros ojos, porque desde cierta edad podemos darnos por vencidos y jamás cumplir los anhelos por todas las derrotas. O tal vez es cuestión de replantear las metas a algo más fácil, realista. No obstante, voltear a ver los juguetes y productos mediáticos de antes puede apaciguarnos, porque, por un instante, es bonito tener esos delirios de grandeza, en donde lo más importante era soñar y crear.
Soy fiel creyente de que cada persona tiene un niño interior, el cual puede alimentar con su pasatiempo preferido. O hay quienes de plano sí se avientan a dedicarse a imaginar, aunque pueda implicar varios años de incertidumbre. Sin embargo, dejarse llevar por los sueños, y tener la ilusión, aunque parezca una locura, por cumplirlos, siempre será un regalo para el espíritu. Cuando éramos niños, no esperábamos para ser grandes. Ahora, solo queremos volver a ser pequeños. Pero el secreto está en esto: siempre existen formas de, aunque sea por unos instantes, sentirnos tan vivaces o imaginativos como lxs niñxs. Mientras hagamos cosas por nuestra felicidad, ese sentimiento podrá volver. Y todo gracias a esas películas, series, libros y juguetes que tenían el poder de transportarnos a mejores lugares y hacernos creer en lo aparentemente imposible.
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