Al margen de lo que hoy explicará el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, el incremento salarial para el magisterio no es, ni con mucho, lo que se había prometido.
La secretaria de Educación, Delfina Gómez, dijo que el aumento salarial “sería escalonado’’ y que será de 3, 2, y 1%, dependiendo del nivel.
Para los trabajadores de la educación que ganen menos de 20 mil pesos mensuales, el incremento será de 7.5 por ciento.
No se especificó cuántos docentes se encuentran en esa categoría, se entiende que la mayoría, pero aún así el aumento es incluso menor por centésimas a la inflación anual reportada por el Banco de México.
Es decir que, pese a los fastos con los que fue anunciado, considerando el porcentaje de aumento más alto (7.5%) apenas igualaría a la inflación anual.
Eso sin considerar las categorías de docentes y personal administrativo que recibirán aumentos de 3%, 2% y 1 por ciento, que en términos reales estarán perdiendo poder adquisitivo contra la inflación a tasa anual.
Como sea, el anuncio del incremento salarial para el magisterio sirve para ejemplificar lo que está ocurriendo en la carrera salarios contra precios.
Cuando se pusieron de moda los pactos económicos para contener la inflación, en los años 90, se acordó con los sindicatos que los incrementos salariales se calcularían sobre la inflación registrada más uno o dos puntos porcentuales, dependiendo del tamaño de la compañía, para mantenerlos apenas arriba de la inflación.
La contención salarial, duramente criticada, sirvió efectivamente para contener la inflación y reducirla a un dígito.
Si el Gobierno -o los empresarios- quisieran mantener los salarios de los servidores públicos y trabajadores por arriba de la inflación, los aumentos tendrían que ser superiores al 8%, como ocurrió con la planta de General Motors en Silao, el fin de semana pasado.
La armadora negoció con su sindicato un aumento salarial del 8.5% más aumentos a prestaciones que suman en total un incremento del 13.8% de los ingresos de los trabajadores.
Por ahí tendría que ser el camino de la recuperación del poder adquisitivo.
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Por cierto, el presidente López Obrador aseguró ayer, para justificar el cambio en los libros de texto gratuitos, que “no queremos inventores de bombas atómicas; queremos creadores de fraternidad’’.
Es, evidentemente, una expresión maniquea.
El Presidente insiste en su visión “humanista’’ del país, que está bien, si no fuera por los enormes retos que México enfrenta ya en desarrollo de ciencia y tecnología.
Con un Conacyt en ruinas, investigadores a punto de pisar la cárcel, con una enorme fuga de cerebros, ¿el país está para colocar en tercer plano la educación científica y tecnológica?
Porque si esa es la visión de un Gobierno progresista, no falta mucho para cambiar a los profesores de licenciaturas, maestrías y doctorados por monjes budistas.
Y sustituir las facultades de ingeniería y mecatrónica por clases de ballet y yoga.
Todo, para justificar el desdén por la ciencia y el fervor por el adoctrinamiento político.
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Sin querer queriendo, el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, nos regaló un video sobre el estado real que guarda la construcción de la refinería de dos bocas, a unas semanas de su inauguración.
Murat fue invitado, junto con otros gobernadores, a visitar una de las obras emblema de esta administración y lo que se vio en el video que difundió en sus redes fue una parte de la obra apenas en su fase inicial… y sin trabajadores en ese momento.
La apuesta de que en unas semanas tendremos el primer litro de gasolina producido por Dos Bocas, está en chino.
LEG