Es esa obsesión de pasar a la historia como sea. Está claro que no será por haber transformado la vida pública del país porque la corrupción y la impunidad gozan de una lamentable cabal salud.
No será por un desempeño económico excepcional con esas tasas de expansión del Producto Interno Bruto del 6% al año prometidas en campaña. No, de hecho, la economía está en camino de tener un crecimiento cero en seis años.
Menos habrá un buen recuerdo por el correcto manejo de la pandemia de Covid-19 y la crisis económica que acarreó. Más de 600 mil muertos y la gente dejada a su suerte en la peor parte del confinamiento no serán buenas memorias para la 4T.
De la inseguridad, ni hablar. Las peores cifras de asesinatos y hechos delictivos de la historia reciente del país.
Y como tampoco parece tener futuro la agenda de cambios constitucionales que planea el Presidente, pues buscará dejar huella con decretos y cambios secundarios que logren esa perpetuidad en la memoria colectiva de sus seguidores.
Desde la destrucción de un aeropuerto funcional y necesario como el que se construía en Texcoco, hasta el siguiente golpe que prepara el presidente Andrés Manuel López Obrador de desaparecer el Horario de Verano.
Los ahorros de energía eléctrica que conlleva aplicar dos cambios de horario al año son nulos en los recibos de luz de los hogares, pero sí son significativos para la Comisión Federal de Electricidad, aunque estén a punto de decirnos lo contrario.
El ajuste biológico que implica ajustarse al cambio de horario no tiene consecuencias para la salud, los pilotos de los aviones ya habrían muerto.
Pero sí implica molestias que son temporales, que además se van a mantener porque aún sin horario de verano la luminosidad no es la misma en julio que en enero. Así que eso también es un pretexto.
La verdadera razón para que el presidente López Obrador quiera desaparecer el Horario de Verano, además de quedar en la historia como el que lo canceló, como lo hicieron Vladimir Putin en Rusia o Tayyip Erdoğan en Turquía, es cobrar una vieja factura política.
El Horario de Verano fue una medida asumida por el presidente Ernesto Zedillo en 1996. Pero cuando López Obrador llegó a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México en el 2000 hizo del tema una bandera política.
Experto como es en capitalizar las molestias sociales, todo ese discurso del daño a la salud lo engendró López Obrador y su grupo para tratar de ganar fama tirando la medida. Sin embargo, esa partida la perdió ante el presidente Vicente Fox, quien logró elevar a rango de ley ese cambio de horario.
La verdadera razón por la que conviene mantener el Horario de Verano es para mantener esa sintonía con Estados Unidos, que tiene un cambio de horario similar, que no idéntico, pero que armoniza las relaciones fronterizas, comerciales, financieras y hasta políticas.
Hablando del Horario de Verano. Ahorros, pocos. Molestias, algunas. Daño a la salud, ninguno. Conveniencia para la relación con Estados Unidos, mucha.
Por lo que toca al Presidente. Reflectores, distractor social, ruido político, trascendencia ante su clientela política y demostración de poder, todo.
@campossuarez