Comienza con el final en mente
Stephen Covey
Todos hemos experimentado vacío existencial o sensación de que la vida no tiene sentido. Este tipo de sufrimiento proviene, generalmente, de profundas reflexiones o simples cuestionamientos acerca del significado de estar vivo, cuando nos sentimos frustrados porque no se cumplen nuestras expectativas; de una búsqueda incesante y siempre insatisfactoria de un placer cuyo parámetro quedó en el pasado y no podrá repetirse jamás, o de ambas actitudes juntas.
En cualquier caso, el factor común es la falta de metas que le den una dirección a nuestra vida y de los objetivos para alcanzarlas. El destino y el camino. La clave, pues, no está en la iluminación búdica y ni siquiera en el desarrollo espiritual. Éste será, de hecho, el resultado inesperado del viaje.
El sentido de la vida depende, entonces, de cuestiones mucho más prácticas, como el plazo y la factibilidad de las metas, la intensidad con que las deseemos, la planeación para alcanzarlas y, lo determinante, la actitud con que enfoquemos el destino y recorramos el camino.
Lo principal es entender que un sueño, una ilusión o un anhelo, que son diferentes manifestaciones del deseo, no son la meta. El sueño es la fantasía. Se convierte en ilusión cuando está acompañado de entusiasmo y en anhelo cuando se instala en el corazón y, en consecuencia, se intensifica.
Así pues, las metas soñadas son las que menos se cumplen, las que nos producen ilusión casi siempre se alcanzan, pues nos mueven a la acción y las que derivan en anhelo son invariablemente coronadas, por imposibles que parezcan, pues nos harán perseverantes y creativos.
Sobre las metas hay que comprender, además, que deben ser muy claras, imaginadas a la perfección; de corto, mediano y largo plazo; que requerirán sabiduría para discernir entre las importantes, las prioritarias y las urgentes; que tendremos que fijarlas en todos los aspectos de nuestras vidas: en lo físico, lo mental, lo económico, lo vocacional, lo placentero, lo espiritual, etc.; pero, sobre todo, que son fundamentales para vivir con calidad, aunque no obligadas, es decir, no todas son alcanzables y muy probablemente algunas no son realistas.
Fijarnos, sin pretenderlo, claro, metas que no alcanzaremos en el corto o el mediano plazo, por cualquier circunstancia propia o ajena, nos llevará a un proceso de aprendizaje sobre lo que factible o no para nosotros de acuerdo a los recursos, los conocimientos y la preparación que tenemos por el momento.
Una meta muy ambiciosa para un futuro indefinible siempre es un acicate, y nos da el tiempo necesario para prepararnos, planear, fijar objetivos, corregir si es necesario, adaptarnos a las circunstancias y hacer las cosas de manera diferente, en su caso, sin perder de vista hacia dónde nos dirigimos.
Esto último solo es posible cuando la meta es absolutamente personal; si estamos comprometidos con ella desde el anhelo, porque el corazón solo desea lo que es genuinamente nuestro. Solo así nos mantendremos enfocados en ella con la intensidad requerida y durante el tiempo necesario. Si la fijamos para complacer a otros, cumplir condicionamientos y estereotipos; en resumen, ser o parecer lo que los demás quieren, siempre claudicaremos a medio camino o menos.
Lo siguiente es planear, fijar una serie de objetivos dirigidos a alcanzar la meta. Su consecución constituirá el proceso, y éste es en realidad el que puede cambiarnos, mejorarnos, enseñarnos, fortalecernos, templarnos.
Sobre los objetivos, es necesario saber que son la parte que requiere mayor practicidad, acción, creatividad, capacidad resolutiva, pero es muy importante no perder de vista que, como retos que son, despertarán nuestros miedos. Gestionarlos será lo que nos dé dominio total sobre nosotros mismos. Eso significa, básicamente, aceptarlos, mirarlos de frente y desentrañarlos, entonces se irán solos. De eso se trata realmente vencerlos.
Cuando tenemos la gratificación de cumplir objetivos a pesar del miedo, comenzamos a disfrutar el proceso, y la meta será entonces satisfactoria.
@F_DeLasFuentes
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