México e Irán guardan numerosas similitudes a pesar de su distancia cultural y geográfica. Las más obvias son que ambos países han tenido un proceso de urbanización muy reciente, con un desarrollo financiado por la riqueza petrolera de la segunda mitad del siglo XX, recuerdos recientes sobre la nacionalización de los hidrocarburos e influjos potentes de la religión organizada sobre su historia. Pero hay sólo una llave para abrir el corazón de la cultura persa, la poesía. Así como se debe saborear la gastronomía para entender a los mexicanos, a los iraníes se les conoce recitando versos.
Tres traumas fundacionales atraviesan la identidad iraní. El primero es su carácter de nación intermedia. Su lengua y gastronomía está más emparentada con las culturas del norte de la India, pero su historia moderna y geopolítica le mantiene vinculado al corazón del islam. Igual que México, quien suele debatirse entre su identidad Latinoamericana y su geopolítica norteamericana, Irán se debate entre el Sur de Asia y el Medio Oriente.
En segundo lugar, ambos países tienen muy presentes memorias sobre la grandeza del pasado. Reconocemos que fuimos imperio. Pero también que, a pesar de ser de las naciones más populosas en nuestros vecindarios internacionales, las contradicciones al interior de nuestras sociedades son la principal barrera que limita nuestro desarrollo. Nuestras revoluciones, la mexicana de 1910 y la iraní de 1979 fueron movimientos para reivindicar demandas sociales similares. Esos episodios aún definen la vida política en ambos estados, aunque muchas de sus exigencias originales sigan pendientes.
Por último, el trauma de perder la lengua nacional. En México no tenemos un paralelo. Reconocemos el trágico y gradual exterminio de las lenguas indígenas, pero la idea de la nación mexicana se escribió en español y el destino del país ha estado en manos de hispanoparlantes. En comparación, cuando los árabes conquistaron Irán, trajeron consigo el islam, pero también la prohibición de la lengua persa.
Por dos siglos (del 650 al 850 d.C.), el farsi (o persa) dejó de escribirse, con los asuntos de estado y religión llevándose a cabo en árabe. Del abismo del olvido surgió un héroe nacional que revivió la lengua persa y estableció las bases de lo que aún hoy podemos escuchar en las calles de Teherán. Abol-Qasem Ferdowsí escribió el Shahnameh o Libro de los Reyes, una épica que relata la historia de los pueblos iranios desde el primer hombre en la tierra, hasta la caída del segundo imperio persa ante los árabes. Incluso hoy se siguen recitando sus versos como parte del conocimiento esencial de todo iraní.
En 2022, por primera vez en mil años, se tradujo el Shahnameh al español. México fue el primer destino de presentación de la obra. Entre el 17 y el 21 de junio se presentó en la Universidad Iberoamericana, la Biblioteca Nacional, el Museo Nacional de las Culturas y el Museo de la Ciudad de México. Pueden consultarse las presentaciones grabadas en línea y los libros en las bibliotecas de estas instituciones.
@AgustinBerea
* Catedrático de la Academia de Negocios Internacionales, Universidad Panamericana