Las campanas de la iglesia “San Francisco Javier”, en Cerocahui, en Chihuahua capital, sonaron una vez más la tarde de ayer, pero en esta ocasión para despedir a los sacerdotes jesuitas que hasta hace una semana oficiaban servicios en ese lugar, Joaquín Mora, Morita, y Javier Gallo Campos, víctimas de asesinato.
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Sus féretros fueron homenajeados entre cantos y bailes rarámuris -como ellos solían andar entre la gente- y copal, como parte de un ritual de purificación que llevaron a cabo los feligreses y una decena de párrocos.
Los pasos de las danzas pascota y matachín, alrededor de los féretros, suplieron las lágrimas de los indígenas, con quienes Morita siempre soñó servir.
Antes de devolver los cuerpos al templo tarahumara donde por décadas trabajaron, los presentes corearon “Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra de paz y libertad”, esperanzados en que su muerte no sea en vano.
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En el atrio de la parroquia, ubicado en el patio central, ya los esperaba la fosa que los pobladores cavaron, para que, a partir de ahora, descansen sus restos.
Un último aplauso hizo eco en las paredes del templo, los cuales avisaban que era tiempo de que los curas jesuitas cargaran los féretros para depositarlos en su última morada.
Globos y flores blancas tapizaron el cielo y los ataúdes, y pasadas las 14:00, se escuchó: “¿Qué viva el padre Gallo! ¡Qué viva el padre Morita! ¡Qué viva la paz!”.
LEG