En un barrio que vive bajo el yugo del narcotráfico y donde las clases son regularmente interrumpidas por tiroteos durante operativos policiales, la asociación Ballet Manguinhos es una especie de oasis para las 410 estudiantes de entre 6 y 29 años que toman clases de baile en sus instalaciones, ubicadas en una favela de Rio de Janeiro.
“En la favela, es prácticamente la norma ver a adolescentes embarazadas o a madres de varios niños. Entre nuestras estudiantes, la tasa de embarazo es solo del 1%”, dice Carine Lopes, de 32 años, presidenta de la asociación cuya escuela de danza funciona desde hace una década, y que hoy ve amenazada por las dificultades financieras que arrastra.
“No sé qué haría sin el ballet. Es mi segunda casa”, dice Vitoria Gomes de Carvalho, de 16 años, que teme el cierre de su escuela golpeada particularmente por la pandemia de Covid-19, primero con la muerte de su fundadora, y luego con el final del contrato con la asociación que financiaba una buena parte de los gastos.
Entre las estudiantes solo hay historias de cómo la danza fue un apoyo crucial para salir de la depresión, alejarse de las drogas, o llevar el duelo tras la oleada de muertes que la pandemia arrastró en Brasil.
El objetivo de la asociación va más allá del baile: “Nuestra misión es formar ciudadanos. Algunos estudiantes siguen la carrera de danza, pero también es gratificante saber que otros ingresan a la universidad”, se enorgullece Lopes.
Sin embargo, advierte que, de seguir así, las actividades sólo podrán continuar hasta fin de año”.
LEG