La curiosidad crea posibilidades y oportunidades
Roy T. Benett
La curiosidad, ese irrefrenable impulso humano, puede, igual que cualquiera otro de nuestros dones naturales, jugarnos a favor o en contra, dependiendo de cómo lo utilicemos.
Lo primero que habría que decir es que hay dos tipos de curiosidad, pero es en una de ellas en la que radica principalmente nuestra capacidad de ser felices. Así, los seres humanos, desde que nacemos, somos, como muchas otras criaturas vivas, muy curiosos sensorialmente.
Esperamos experimentar y, sobre todo, encontrar placer en ello. Esto es por supuesto fundamental. El ser humano no puede conocer aquello que no experimenta, por eso no aprende en cabeza ajena.
Pero es solo el principio. Es en el segundo tipo de curiosidad, el intelectual, donde están las respuestas a todas nuestras preguntas y las posibilidades de realización de todos nuestros deseos.
Tras las experiencias sensoriales, el ser humano necesita una concreción intelectual sobre el resultado, para adquirir conocimiento y si es posible sabiduría; crear lo que le llamamos “experiencia”, que justo comienza con la experimentación de algo.
Si no damos el siguiente paso después de experimentar, nos podemos quedar atrapados en lo que conocemos comúnmente como vicios: conductas destructivas y compulsivas, repetitivas, que nos esclavizan sin posibilidad de aprendizaje, a menos que las trascendamos.
La curiosidad intelectual, por otra parte, no requiere, como podría pensarse, un elevado coeficiente de inteligencia. De hecho, solo se necesita la conciencia de que siempre es útil el conocimiento extra al que se tiene, para comprender las situaciones de nuestra vida, los acontecimientos que nos marcan, nuestras relaciones y, en general, todo aquello que de alguna manera nos causa una perturbación, que es el motor para el movimiento mental y emocional.
Desafortunadamente, la humanidad no educa para la curiosidad, no educa, hasta ahora, para tomarle gusto al conocimiento. Por el contrario, en aras de mantener el statu quo, el eterno mensaje es: “lo que sabes es suficiente”.
Esta forma que tiene la sociedad de programar a sus miembros inhibe la curiosidad. De hecho, para eso existe el paradigma de que “la curiosidad mató al gato”. No investigues más, porque lo que encuentres puede ser desagradable, peligroso o mortal.
Y es así que nuestra inevitable curiosidad queda confinada a la sensorialidad y, con ello, a las muy diversas adicciones que nos tienen atrapados: la comida, la bebida, la droga, los juegos de plataforma, las redes sociales y hasta el ejercicio, el trabajo, u otras actividades consideradas positivas.
El vacío y la falta de sentido de la vida tiene su origen en la ausencia de curiosidad intelectual, que mata toda iniciativa, todo entusiasmo, todo impulso de ir por más de los que se es, se tiene y se sabe.
No hay ningún otro propósito de la existencia que el desarrollo y la evolución mental y emocional. Así como el instinto de sobrevivencia nos permite conservar la vida, la curiosidad nos posibilita vivirla, no solo transcurrirla.
Los investigadores y especialistas han encontrado que la curiosidad va de la mano de la felicidad, pues se asocia con altos niveles de emociones positivas, disminuye la ansiedad, la angustia, genera satisfacción y bienestar psicológico.
El aburrimiento, uno de los grandes males de la gente que lo tiene todo fácil, no se debe en realidad al hecho de que las cosas no les cuesten trabajo, sino a la ausencia de esa curiosidad que, en un nivel sano, los llevaría a hacer y aprender cosas nuevas que antes les estaban vedadas por falta de tiempo y recursos.
Así que entender y practicar el aprendizaje constante como esencia de vida, en respuesta a nuestra curiosidad, es la única de las asignaturas pendientes de la humanidad para alcanzar eso que como especie siempre ha estado buscando: la felicidad, producto de la coexistencia equilibrada entre alegría y tristeza, placer y malestar, seguridad e incertidumbre, desasosiego y paz interior, porque sin la polaridad no existe la curiosidad.
@F_DeLasFuentes
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