Ni los mineros, ni los obreros, el real interés está en el dinero, esa es la verdadera cara de Napoleón Gómez Urrutia, un impostor que le arrebató a los trabajadores de su sindicato la posibilidad de continuar con una real lucha obrera.
A lo largo de años, los mineros se encargaron de conservar y cuidar uno de los Contratos Colectivos de Trabajo (CCT) más significativos del sindicalismo mexicano, el de Cananea; sin embargo, poca gente sabe que Napito y su codicia desmedida fueron los culpables de que este dejara de existir.
La historia no debe caer en el olvido y la gente no debe vivir engañada. El 30 de julio de 2007, por mandato y capricho de Napillo, estallaron de manera simultánea tres huelgas en las minas de Cananea, Sonora; Sombrerete, Zacatecas, y Taxco, Guerrero.
El pretexto fueron violaciones a los CCT; no obstante, nunca hubo tal, sino que fue la manera en que Napito intentó presionar al Gobierno y a la empresa para que le retiraran las órdenes de aprehensión por el robo y malversación de 55 millones de dólares propiedad de los trabajadores sindicalizados de Cananea.
A Napillo le sobraban motivos para escapar del país y huyó a Vancouver, Canadá; desde ahí, ordenó parar actividades sin importarle que dejaba sin empleo y sustento a cientos de familias mineras. Muchos de los compañeros se opusieron sin éxito a la medida y los desalojaron a golpes y empujones.
Las minas fueron saqueadas, cayeron en abandono y ya sumaban pérdidas millonarias, no se diga el golpe económico que vivieron los mineros, ni para comer tenían, mientras que Napillo se daba la gran vida en Canadá con el dinero de las cuotas sindicales de las otras secciones. Gómez Urrutia nunca le dio la cara a los trabajadores, nunca acudió a las minas en huelga y siempre mandaba a terceros para que hablaran por él.
La Secretaría del Trabajo, en aquel entonces encabezada por Javier Lozano, sentó a la empresa y al sindicato a negociar. Se trataron de jornadas largas que el mismo Napillo desde Canadá saboteó. Minutos antes de lograr un acuerdo que pondría fin a las tres huelgas, exigió para levantarlas el pago de 100 millones de dólares por daño moral junto con el retiro de todas las órdenes de aprehensión que recaían en su contra.
La empresa no cayó en más amenazas y el Gobierno tampoco permitió tal amago. Ante su fracaso, Gómez Urrutia miente y dice que fue la empresa quien le ofreció tal cantidad, pero no fue así, los mineros fuimos testigos de cómo prohibió que se firmara el acuerdo en favor de los compañeros.
Las afectaciones de esa decisión impactaron la historia del sindicalismo por la falta de acuerdo y ante las grandes pérdidas económicas la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje dio por terminadas las relaciones laborales -tanto individuales como colectivas- entre la sección 65 de Cananea y Grupo México, decisión que fue avalada por la Suprema Corte de Justicia enterrando así el mejor CCT que habían tenido los trabajadores mineros en toda su historia.
Hoy cómodamente desde el Senado, Napillo se hace el desentendido y sigue sin regresar los 55 millones de dólares. Ha hecho del sindicato un negocio familiar en donde el derroche ha sido la firma de los Gómez-Sada. Hoy la esposa e hijos de este impostor, de manera cínica, hablan por sus redes sociales y festejan la llegada de más cuotas sindicales.
Este 30 de julio se cumplen 15 años de que Napillo estalló las huelgas, pero también es un año más de jugar a su conveniencia con la estabilidad laboral de miles de mineros.
@CarlosPavonC