Héctor Zagal
(Profesor investigador de la Universidad Panamericana)
¿Qué es la naturaleza? ¿Se reduce a sus elementos? ¿O animales, plantas, hongos, bacterias y virus, están incluidos? ¿Cuál es el lugar del ser humano en la naturaleza? ¿Cómo encaja en ella? Se dice que la Modernidad puede caracterizarse por la idea de dominación del hombre sobre la naturaleza a través de la razón y la técnica. Se conoce la realidad para dominarla y obtener de ella todos los beneficios posibles. Podemos elaborar una amplia lista del bien y desarrollo que nos ha traído esta dinámica de dominación. Pero también podemos enlistar de los males, los desastres, los desequilibrios que ha provocado esta actitud de dominación sobre la naturaleza. ¿Por qué deseamos dominar la naturaleza? Algunos filósofos han dicho que por miedo. La naturaleza atemoriza; de ahí el afán por controlarla.
A través de la ciencia y la razón, el ser humano encontró la manera de hacer de la naturaleza una entidad menos hostil. Imaginemos que nos encontramos en los albores de la humanidad y vemos por primera vez un rayo y escuchamos al trueno que lo acompaña. Quizá presenciemos cómo prende fuego a un árbol cercano o, incluso, somos testigos de cómo provoca la muerte de algún compañero. ¿No nos sentiríamos profundamente impresionados por este despliegue de fuerza natural? ¿No creeríamos que el rayo tiene una voluntad propia? ¿No diríamos que es un dios? O quizás nos lo explicaríamos como el arma de una poderosa divinidad como Zeus. O diríamos que la grieta luminosa que surca las nubes es provocada por tlaloques que juegan a chocar sus cántaros. Estas narrativas hacen del rayo una entidad divina, impredecible y poderosa. En cambio, decir que se trata de una impersonal e inanimada descarga eléctrica, la vuelve menos temible. Si no es temible, podemos estudiarla con calma y dominarla. Así, el miedo nos abandona. El hombre, pues, es amo y señor de todo lo que alcanzan a ver sus ojos.
¿Esto es así? ¿La naturaleza, con toda su vitalidad, enormidad y fuerza, no es más que un material al que el fuego ablanda para darle una figura deseada? ¿Y si la naturaleza fuera un ser animado? Gea, por ejemplo, en la mitología griega, es una diosa primigenia que personifica a la Tierra. En su Teogonía, Hesíodo nos cuenta que Gea, la de amplio pecho, es madre del cielo estrellado, de las colinas y del mar. Además, es madre de titanes y dioses. Gea es fértil, poderosa, pero también generosa, pues no sólo da vida, sino que provee lo necesario para mantenerla. Como una madre, la madre, ama a sus creaturas, las defiende, las cuida, pero también les llama la atención y las castiga. Gea es el origen de la vida, pero es también la fosa de ésta.
No sólo los antiguos griegos consideraban que la naturaleza estaba viva. Los fenómenos naturales han sido divinizados a lo largo de la historia, se les ha dado voz, nombre y voluntad. Sólo así el ser humano puede hablar con ellos, pedirles favores, hacer tratos. En Latinoamérica, el 1° de agosto se celebra el Día de Pachamama. En la mitología de los pueblos indígenas de los Andes nos encontramos con Pachamama, diosa Madre de la Tierra o del Universo. Es tanto la madre de los hombres como la de los cerros, es ella quien hace madurar los frutos y multiplica el ganado. También es ella quien puede mandar plagas, heladas, tormentas y terremotos cuando se le hace enojar. Pachamama no sólo representa a la Tierra, sino a la naturaleza en todo su conjunto y dinamismo. No es sólo el agua del río, sino el correr del mismo. No es sólo la semilla, sino el misterio que la transforma en árbol.
Vale la pena preguntarnos cuál es nuestra idea de naturaleza. ¿Es una fuente ilimitada de meros recursos, de satisfactores, de caprichos, o es un complejo sistema orgánico del cual dependemos y formamos parte?
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal