Esta es la frase central de Westworld, la serie dramática y de ciencia ficción de HBO. Basada en la novela homónima de Michael Crichton, la premisa es la siguiente: en un futuro incierto, los seres humanos atienden un parque temático en donde interactúan con robots idénticos a ellos. La idea detrás de este lugar es como una especie de Grand Theft Auto: sacar tu peor versión sin sufrir las consecuencias. Los “invitados” (raza humana adinerada) le hacen a los “anfitriones” (los androides) todo tipo de atrocidades. Sin embargo, las víctimas cuestionan su identidad, qué hay más allá de su realidad fabricada y cómo pueden independizarse. Aquella premisa invita a la audiencia a preguntarse algo elemental para darle sentido a nuestros días: ¿Qué nos hace humanos?
La serie no da una respuesta clara. En la genial primera temporada, había una tesis más contundente sobre el lado oscuro de la humanidad, así como una empatía completa hacia las máquinas y su lugar perdido en el mundo. Sin embargo, conforme ha avanzado la historia, las cosas se han vuelto más confusas. El mensaje central se pierde.
Pero los destellos de su tesis principal relucen de vez en cuando en la cuarta temporada, transmitiéndose actualmente en la cadena. Ahora, existe un enfoque equitativo entre los humanos y los androides. Sacan a relucir sus matices. Podemos ver cómo el control, el poder y la manipulación impiden nuestro camino para el autodescubrimiento. Sin embargo, no importa cuántas distracciones haya en nuestras vidas, o qué tan fabricado esté nuestro destino, siempre existe la posibilidad de volver a tomar las riendas de nuestras vidas, darles un significado, aunque ese recorrido esté ya establecido.
Porque otra cuestión interesante propuesta por la serie, la cual la sigue enganchando a pesar de algunas cosas sinsentido, es un cuestionamiento aún más profundo: ¿Qué significado tiene la vida? Si todo ya está planeado, ¿por qué continuar “tomando decisiones”?
De nuevo, esta respuesta no es obvia. A veces hay muchas vueltas que no aportan una conclusión certera. Mas los destellos en donde sí, cuando se revela la humanidad de los personajes ante tanto caos —su sentido de ética, sus relaciones interpersonales o cuando se salen de su programación, porque, después de todo, usualmente ocurren errores en el sistema— le dan un toque de elegancia a la confusión, y nos recuerdan por qué seguimos viendo la odisea de estas máquinas y humanos en un mundo simple y a la vez complicado, superficial y a la vez profundo, carente de sentido pero también brillante. Como la vida misma.
Porque el sentido de la vida es no saber si lo tiene. Tal como Westworld nos lo recuerda.
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