Héctor Zagal

Héctor Zagal

(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

Mañana, 17 de agosto, se celebra el Día Mundial del Peatón. La fecha recuerda el aparatoso accidente que acabó con la vida de Bridget Driscoll, de 44 años. El 17 de agosto de 1896, Driscoll fue impactada por un vehículo motorizado en Londres. A partir del 1897, se conmemora la muerte de Driscoll para generar consciencia sobre los riesgos a los que se enfrentan los peatones y para honrar la memoria de todos aquellos que han muerto atropellados. Tristemente, la historia de Bridget Driscoll se repite una y otra vez en muchas de las grandes ciudades del mundo. Veamos algunas cifras de atropellamientos en México. La plataforma “Ni una muerte vial” dio a conocer que en 2021 se registraron 4 066 muertes por atropellamiento. Entre enero y diciembre de 2021, 1 051 motociclistas, 436 ciclistas y 2 579 peatones murieron en accidentes de tránsito.

Cruzar la calle en la Ciudad de México es una verdadera hazaña. No sólo hay que prestar atención al semáforo peatonal (cuando lo hay y funciona correctamente), hay que voltear a ambos lados de la calle (aunque la calle sea de sólo un sentido) antes de dar un paso, hay que esquivar los cofres de los autos que se detienen sobre el paso de cebra y hay tener cuidado de las motocicletas y bicicletas que, como por generación espontánea, aparecen de entre las grietas del tráfico vehicular.

Lamentablemente, en ciudades tan aceleradas e histéricas como la capital mexicana, caminar se ha convertido en una actividad de alto riesgo. Al caminar buscamos no sólo llegar al otro lado de la calle, sino no morir en el intento. Esto nos mantiene distraídos de la esencia del caminar. Hay que señalar que no toda la culpa es de las ciudades y sus vehículos: caminar es una actividad donde la consciencia parece no tener ningún papel. ¿A poco ustedes están conscientes de cada uno de los músculos que se activan al andar? ¿Prestan total y plena atención a la manera en que las articulaciones se doblan? ¿Saben qué estructuras y funciones corporales hacen posible el sorprendente y exquisito balance que impide que nos caigamos al suelo con cada paso que damos? Piensen que nos enteramos de la fuerza con la que nos desplazamos hasta que nuestro pie impacta con la pata de la cama o chocamos contra una pared que no debería estar ahí.

La atención puede centrarse en el caminar si así nos lo proponemos, sin duda alguna. Pero, honestamente, caminamos como respiramos: sin pensarlo. Ahora, esto de malo no tiene nada. Es bastante práctico no tener que agotar nuestra atención en algunas funciones. ¿Se imaginan que tuviéramos que pensar en mover nuestro corazón para que bombee sangre al mismo tiempo que pensamos en contraer y expandir los pulmones para respirar? Que podamos mover nuestro cuerpo de manera automáticas es una maravilla orgánica. Esto es lo que nos permite desplazarnos en, digamos, la estación de metro Tacuba un lunes a las 6:30 de la mañana mientras pensamos en nuestros compromisos de la semana, damos sorbos a nuestro café y surcamos el mar de gente sin empujar ni ser empujados. Sin embargo, no todas las caminatas son iguales. No es lo mismo caminar para cruzar una avenida en plena hora pico que caminar descalzo por la arena de una playa en vacaciones. Es cierto que los mecanismos que hacen posible cada paso son los mismos, pero dónde son dados estos pasos, cuándo, con quién, para qué, los transforma.

Caminar es un medio de transporte, pero también puede ser un acto político (como las marchas), una oportunidad para competir y ganar un premio (como en las carreras), una recomendación médica (para prevenir enfermedades o como rehabilitación), un placer (hay caminos que buscan provocar un gozo estético e intelectual, como los laberintos o jardines) o una actividad religiosa. Pensemos que un mismo camino puede tener significados diferentes para diversas personas. Una peregrinación a la Basílica de Guadalupe es un caminar espiritual y religioso. Para un creyente representa fe, devoción, gozo, redención. Para un no creyente, es un camino más.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

@hzagal

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana