@guerrerochipres

En los cambios de régimen, los beneficiarios de los mismos —los líderes de los acuerpamientos políticos ganadores de contiendas electorales o revolucionarias— tienen en su favor las oportunidades vedadas siempre por aquellos que fueron desplazados.

Aparecen perfiles que nunca habrían tenido oportunidad, a pesar de sus virtudes, en las formas de distribución de los espacios participativos que fueron retiradas de la preferencia mayoritaria.

Los críticos de los cambios de régimen no hallan incluso la manera, el vocabulario, el modelo explicatorio para su derrota —de hace ya más de cuatro años—, marginación posterior o su inhabilidad de ser percibidos como riesgo a quienes asumieron el poder.

Una muestra: la interpretación de las voces opuestas al cambio respecto del ascenso de una nueva dirigencia de Morena en la CDMX. Sebastián Ramírez Mendoza, el nuevo líder y símbolo de buena parte de ese cambio de régimen.

No solamente es así por su edad, mirada o compromiso demostrado y acreditado dentro del movimiento detrás de Morena, sino porque el colectivo votado para dirigir el partido en la capital nacional no revela “tribus”, expresión ciertamente del régimen previo.

Ese vocablo se derivaba de la lógica predominante, no sólo en el PRD sino en el PRI o el PAN. Las “tribus” sintetizaban lógicas de control supranormativo y frecuentemente eran sinónimo de agandalle. Se desbarataban en los congresos donde salían electos los dirigentes.

La sesión donde decidieron por el colectivo que encabeza Ramírez Mendoza fue tersa como pocas en la historia política partidista. Los retos de su tarea inmediata no son los de la construcción de la legitimidad, la operación política interna o los vinculados a justificar su ascenso como solía ocurrir. Unanimidad mata dudas de una integración construida por las voces individuales y colectivas reales y actuantes de ese partido.

Muchos permanecen como rehenes de sus prejuicios y eso impide asimilar que el partido gobernante en lo local y nacional mantenga su aceptación popular y domine la agenda en términos de sucesión y continuidad.

En el PAN se mantienen, curiosamente, mejor posicionados antiguos militantes con los valores que una generación joven no demuestra detentar, según lo que dicen sus propias voces internas; en el PRD el relevo generacional no parece claro; y en el PRI las juventudes que llegaron a ser representativas no están visibles en ninguna entidad. Solamente MC parece tener una comprensión sobre el balance intergeneracional, además de Morena.

Y si hay un valor contundente en un cambio de régimen es la oportunidad de un relevo generacional… donde hay jóvenes.