La conciencia es la voz del alma

William Shakespeare

Ahí donde enfocamos la conciencia estamos poniendo la mirada del alma. Es decir, cuando hacemos uso de la capacidad de darnos cuenta de que estamos experimentando o hemos experimentado determinada emoción, sensación, percepción o reacción, cuando conocemos nuestras verdaderas motivaciones o hacemos algo por voluntad propia, y no porque nos sentimos impelidos u obligados, estamos poniendo en acción nuestra parte espiritual. Así de fácil.

Por eso se considera que meditar, como una forma de observarnos interiormente o de reflexionar sobre algo con profundidad, es una forma de espiritualidad. Y es que lo común en nuestras vidas es transcurrirlas en piloto automático, dejando pasar de largo muchas cosas que podrían proporcionarnos, ya, todo lo que estamos procurando alcanzar a futuro.

Los grandes maestros espirituales coinciden en que todo lo que necesitamos está en el momento presente, si lo sabemos convertir en una experiencia trascendental, es decir, si enfocamos la conciencia activamente en el aquí y el ahora, lo que no es otra cosa que una forma de percepción afinada y extensa, que comienza con poner atención en cada uno de los cinco sentidos y luego en todos a la vez, de manera que activemos el sexto, en un estado de vacío de pensamiento.

Practicando todos los días este estado, empezando por tres o cinco minutos, nuestra mente se calmará y nuestra capacidad de gozar las cosas sencillas de la vida se despertará. Luego podremos ir ampliando el tiempo en que experimentamos esta conciencia, de manera que reduciremos estrés, ansiedad y miedos.

Pero no desvirtuemos la importancia del piloto automático, porque se trata de un mecanismo de sobrevivencia y de progreso humano. Vamos automatizando todo lo aprendido, intelectual, emocional y corporalmente, para pasar a lo que sigue. Manejar un automóvil es uno de los ejemplos más claros: tiene un nivel de complejidad que requiere atención y habilidad durante un tiempo, pero una vez aprendido, ya no tenemos que volver a concentrarnos como inicialmente debimos hacerlo.

El problema es cuando el piloto automático lo aplicamos a nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. Es entonces cuando le entregamos el control de nuestras vidas al autómata que todos creamos para ahorrarnos la conciencia: el ego.

El ego obedece de manera primaria a nuestro subconsciente, ahí donde han quedado impresas nuestras heridas y profundamente marcados los daños emocionales, las creencias erróneas y los miedos que nos produjeron. Es el autómata el que tiene que compensar la falta de esa mirada amorosa de reconocimiento de nuestros padres, con la admiración envidiosa de nuestros semejantes, y entonces nos volvemos narcisistas.

Por eso, la sanación emocional depende de que podamos mirarnos a nosotros mismos desde nuestra alma, es decir, con aceptación irrestricta, amor y compasión, que solo son posibles a través de la conciencia.

Lo mismo aplica para nuestras relaciones. Quizá la única que se salva es la amistad, porque los verdaderos amigos siempre están atentos a las necesidades del otro. En cambio, entre las más castigadas por el piloto automático está la de pareja, en la que la cotidianidad nos lleva a dar las cosas por sentado.

En primera instancia, damos por hecho que sabemos quién es el otro y, por supuesto, no le permitimos cambiar sin aviso previo, pues eso nos desestabiliza. O también damos por hecho que podremos cambiarlo para que finalmente podamos ser felices.

Estas dos comunes situaciones nos mantienen lejanos a nuestra pareja. Estamos relacionándonos con una idea sobre él o ella, y no con la persona real. No escuchamos, no empatizamos, no preguntamos, no ponemos, pues, voluntad, ni por tanto conciencia en la relación, y esto evita que seamos felices con lo que hay, en lugar de despreciarlo o desperdiciarlo deseando otra cosa.

El piloto automático es el asesino silencioso de todo lo que vale la pena. Apáguelo en las mañanas, o la vida se le irá sin darse cuenta.

@F_DeLasFuentes

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