El pesimismo se puede desaprender
Martin Seligman
Hay personas que necesitan dominar a otras, demostrar su poder sobre ellas sometiéndolas a situaciones que saben las perturbarán y de las que, además, les será difícil librarse, ya sea por dependencia económica, emocional o ambas.
Se trata, en el caso de quien comete el abuso –pues la única manera de someter a un semejante es abusar–, de gente que es incapaz de intimar, ya que la verdadera intimidad exige mutua vulnerabilidad.
Pero en esta ocasión no vamos a hablar del abusador, sino de quien decide, cualquiera que sea su motivo, permitir el abuso. Quienquiera que esté en esta situación evidentemente obtiene una ganancia superior al maltrato de que es objeto, pero no está consciente de este balance; en realidad cree que no tiene otra opción más que soportar.
Este tipo de circunstancias es común, sobre todo, en el trabajo y la pareja con relación jerárquica. Mientras el abusivo cree realmente tener el control, el que sufre el abuso siente que no hay nada que pueda hacer para cesarlo.
Ninguno de los dos está en lo cierto, el abuso solo dura mientras quien lo recibe lo tolera. Ahora, bien, la condición inconsciente bajo la cual todos llegamos a tolerar el maltrato se llama indefensión aprendida.
Ya sea porque hemos tratado de salir de una determinada situación sin lograrlo o por creencias aprendidas en la infancia, todos nos hemos llegado a resignar a algo. Hablamos del clásico: “nada de lo que haga cambiará las cosas”. Este tipo de estado mental y emocional que, en lugar de llevarnos a la impotencia y la ira, nos arrebata la voluntad y nos sume en el conformismo, mediante la normalización de lo anormal, puede sucederle a un país entero. Todo fenómeno individual se convierte en colectivo y viceversa, adquiriendo matices culturales.
La indefensión aprendida puede ser observada con mayor claridad en aquellas personas y sociedades que se encuentran bajo regímenes autoritarios, con abuso continuo, castigos habituales y pocas recompensas.
Debido a que la idea imperante es que la situación está fuera de nuestro control, tolerar injusticias, humillaciones, maltratos y violencia va más allá de ser débil o “dejado”, en realidad no sabemos cómo hacerle frente al abusador. Es muy probable incluso que lo hayamos intentado y fracasado en varias ocasiones, lo cual refuerza la idea de que estamos sometidos contra nuestra voluntad. La sensación de que somos vulnerables sin remedio nos lleva a la pasividad y la resignación, que siempre van acompañadas de una alta dosis de sufrimiento.
La realidad es que estas situaciones están en nuestras vidas para que las remontemos, dándonos cuenta de que el poder es nuestro, pero lo hemos cedido, y que la forma en que nos sentimos no es culpa de otros, sino una construcción propia; algo que nosotros elaboramos mental y emocionalmente. Hasta que no comprendemos esto, no hay alternativa, no hay salida. Pero una vez que lo hacemos, nos volvemos responsables. La responsabilidad radica en la conciencia.
Hay que entender que las emociones no son algo que nos sucede, sino que generamos, y que lo hacemos, igual que en el caso del estado de indefensión aprendida, a partir repeticiones de experiencias ante las cuales reaccionamos con la misma emoción y de patrones aprendidos.
Es muy probable que decidamos continuar soportando abuso aun cuando entendamos que hacerlo sí es una determinación propia, y que la forma en que nos sentimos es igualmente nuestra elección, pero saberlo seguramente cambiará nuestra perspectiva, porque entonces descubriremos cuál es la ganancia o la circunstancia que nos ata a dicha situación, podremos realizar el balance y elegir si irnos o quedarnos y por cuánto tiempo. Sabremos si estamos listos o no para cambiar las cosas allí donde sí podemos hacerlo: dentro de nosotros. O, en todo caso, conoceremos a ciencia cierta el costo de no hacerlo. Es entonces cuando estaremos en posibilidad de elegir y avanzar.
@F_DeLasFuentes