La racionalización se puede definir como el autoengaño por el razonamiento
Karen Horney
Las necesidades desmesuradas, es decir, neuróticas, de poder, prestigio, admiración y afecto, hacen monstruos, que pueden ir desde los básicos sátrapas – personas que ejercen y ostentan su poder de manera despótica y arbitraria–, hasta verdaderos maestros de la manipulación sutil, haciendo el papel de líderes espirituales o luchadores sociales. Las presentaciones de un narcisista pueden ser todas las que se le ocurran.
El factor común será siempre la toma de decisiones caprichosas y sus consecuentes acciones e imposiciones. El narcisista no confía en nadie, y es probable que lo pregone, porque la falta de confiabilidad de los demás es la justificación perfecta para el atropello. Suele ser gente muy sola, incapaz de establecer relaciones desde el alma, que por naturaleza es confiada.
Ahora bien, más que la descripción de este tipo de personas, que ya debe haber evocado algún nombre en su mente, lo importante es el mecanismo psicológico que les permite seguir encerradas en su burbuja: el autoengaño intencional, aquél del que, ya sea premeditado o reactivo, somos conscientes, aunque sea por un fugaz momento.
Todos los seres nos autoengañamos. Se trata de un mecanismo de defensa con piloto automático, que se activa cuando no estamos preparados para aceptar algo potencialmente perturbador. Podemos solo negarlo o desplegar nuestra capacidad de raciocinio para encontrar argumentos que lo minimicen o le den una interpretación a modo, hasta que seamos aptos para enfrentarnos a aquello que no podíamos tolerar emocionalmente en un principio.
Ahora bien, en cualquiera de los dos tipos, automático o intencional, el autoengaño siempre comienza por las mentiras que nos contamos acerca de nosotros mismos, que en el caso de los narcisistas patológicos magnifican la propia importancia.
En su megalomanía, se convencen de que son definitivamente superiores a los demás, y algunos se dan el lujo de hacerlo evidente, sobre todo aquellos que tienen “asegurada” la obediencia, ciega o a regañadientes, de personas que creen no tener otra opción o que por conveniencia propia se mantienen en esa situación.
Pero otros tendrán que fingir humildad, compasión y empatía para obtener la atención y la admiración que desesperadamente necesitan, porque un narcisista es, en el fondo, un ser carente, miedoso e inseguro. Además, para ser un digno ejemplar de narcisista, hay que ser buen psicópata.
Mantener la ilusión de superioridad requiere que echen mano del autoengaño intencional en casi todas las situaciones de su vida. Toman una decisión que la conciencia –esa voz molesta que nos boicotea todo— cuestiona insistentemente, más allá del simple conflicto moral que puede producir el choque de creencias. El motivo es absolutamente personal: se trata de defender, sobre todo ante sí mismos, la autoimagen, cumplir un deseo irresistible, alcanzar un anhelo o cualquier otra cosa que solo tiene que ver con su impulso, pero que saben será reprobado por los demás, ya que ellos mismos lo consideran impropio de su grandeza.
Entonces, entierran en un lugar oscuro de su psique esa motivación y, mediante el raciocinio arman un argumento a su parecer infalible. Fingen que es verdad y luego fingen que no fingen. Esto completa y cierra con broche de oro el autoengaño. Para entonces ya han perdido contacto con la realidad y con el origen del enredo, de manera que tienen que construir otra mentira de autoconsumo para reforzar la anterior.
Ningún autoengaño funciona si no creemos que poseemos la verdad y que somos infalibles. La propia infalibilidad es la creencia básica de quien se arruina el día cuando algo sale mal. Todos tenemos algo de narcisistas, por nos sentimos calificados para juzgar, criticar, mandar y controlar. Échele si no un vistazo bajo esta lupa a las redes sociales para corroborarlo. Lo importantes es que aprendamos a avanzar junto a otros, en colaboración y con respeto hacia todos los demás, no en complicidad y pisándolos.
@F_DeLasFuentes
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