Las personas en el mundo presenciamos uno de los cambios políticos más complejos en el último siglo: la paulatina desaparición de las democracias representativas sustituidas por las democracias participativas o por los gobiernos de corte autoritario y totalitario.
Este fin de semana en China, se consolidó la figura de Xi Jinping como el poder supremo unipersonal sobre mil 400 millones de personas sin capacidad de oponerse.
La transmisión en vivo de cómo Jinping se deshace de Hu Jintao -su predecesor y rival político- fue la demostración de cómo será su estilo de Gobierno bajo tres ejes: 1) La supremacía del Partido Comunista Chino sobre el Estado 2) Un Ejército fuerte bajo el control del Partido -entiéndase Jinping- y 3) Supresión de la disidencia.
China cuenta ya con una clase media que le permite sustentar su economía en el consumo interno y por lo tanto pelear en igualdad de condiciones la hegemonía económica y política mundial a los Estados Unidos (EUA).
En una buena parte del mundo, la exigencia social de una mayor participación de los ciudadanos en los temas políticos relevantes es irreversible. En muchos países con democracias representativas, el desencanto de los electores hacia los partidos políticos, como los responsables de encauzar sus demandas de bienestar ha dado pie a manifestaciones de todo tipo -desde pacíficas hasta algunas significativamente violentas- creando una crispación política y una polarización a nivel global sin precedentes.
Este sentimiento social ha impulsado una nueva forma de liderazgo político: los líderes carismáticos populistas -de derecha o izquierda- que no creen en la democracia, pero sí se valen de ella para imponer su ideología con un tinte mínimamente democrático.
EUA es una democracia representativa con un sistema electoral muy complejo -el voto indirecto- que está cuestionando seriamente la representatividad del Presidente electo. Donald Trump -populista de derecha por antonomasia- desnudó la realidad de la crisis social y política de los EUA. El país no ha logrado reponerse y la brecha entre las posiciones ultraconservadoras y los liberales -calificados de izquierda- tienen al país dividido en mitades opuestas. El presidente Biden transita entre una incapacidad para gobernar su país y la carencia de un liderazgo para seguir siendo la bandera insignia de la democracia en el mundo.
México es una mezcla extraña de todo lo anterior; una democracia representativa dominada por la dictadura de los partidos políticos; al frente del país tenemos a un Presidente que desea transitar -sin saber cómo- a una democracia participativa a punta de consultas confusas, pero en los resultados, la total indiferencia de los electores es abrumadora. Un Presidente populista en lo social y casi un liberal en materia económica. Ha transferido una parte, ya muy significativa, del mando civil a los militares y a menos de dos años de finalizar su mandato, nadie está cierto de cómo lo va a terminar y qué nos depara el futuro.
Estamos ante el embate de los gobernantes fuertes, carismáticos, disruptivos, redentoristas, militaristas y caóticos. ¿Llegaron para quedarse?
Tal vez sean ciertos muchos de los defectos de la democracia representativa, pero ésta sigue siendo la alternativa menos peligrosa de todas las anteriores, o ¿preferimos para México el Gobierno de una mujer o un hombre fuerte sustentado en el Ejército?
Esta decisión está en el Congreso, esta semana se definirá la eventual desaparición del INE y tal vez de nuestra libertad democrática. ¡Alerta!
@Pancho_Graue