Los mexicanos no tenemos miedo, ni al choque con una cultura diametralmente opuesta a la nuestra ni a la comida árabe
Foto: AFP Los mexicanos no tenemos miedo, ni al choque con una cultura diametralmente opuesta a la nuestra ni a la comida árabe  

Siempre he creído que la culpa de todo la tiene “El Cielito Lindo’’.

Mientras otras aficiones rugen alentando a sus selecciones -la de Gales, mis respetos-, la mexicana se conforma con haber realizado el vieja, con el desmadre y se consuela con lo que sea.

“…porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones’’.

Y si, la verdad es que en el juego de hoy contra Polonia, lo único de lo que había que alegrarnos que no perdimos (perdieron pues).

De las casi 38,400 almas presentes en el estadio, entre el 85 y el 90% eran mexicanas.

Todavía por la mañana se podía ver a mexicanos arrastrando sus maletas rumbo a su hotel porque llegaron justo el día del primer juego.

Calcule unos 34,000 mexicanos en Doha; ¿cuántos aviones se necesitan para traer o llevar esa cantidad de personas a cualquier lado?

Los árabes son una comunidad nómada por naturaleza; los mexicanos lo somos por gusto.

Los mexicanos no tenemos miedo, ni al choque con una cultura diametralmente opuesta a la nuestra ni a la comida árabe tan profusamente condimentada y con sabores, digamos, para paladares exigentes.

Le tememos a la descalificación tempranera, al ridículo, a la falla de la defensa central que se traduzca en una puñalada para nuestras aspiraciones.

Le tememos a que Raúl Jiménez confirme que su inclusión en el equipo mexicano haya sido el peor error del técnico al que todo mundo conoce como “El Tata Martino’’, quien se llevó una sonora rechifla en el momento en el que fue presentado.

Le temíamos al semi dios Lewandowsky, terror de todas las defensas de mundo y galaxias vecinas, hasta que comprobamos hoy que también es humano.

De tan verde, las gradas del Estadio 974, recreaba la escena bíblica de la plaga de langostas sobre los campos egipcios.

Pero no fuimos lo que esperamos ser, no lo jugadores.

No salimos a devorar, sino a no perder, como va siendo costumbre.

Gracias San Guillermo Ochoa, reparador de todos los males, por evitar que el semi dios polaco abreviara nuestra estancia Qatar; gracias por los favores recibidos, te gritan 34,000 gargantas incrédulas aún por la forma en que defendiste tu casa, nuestra casa.

Hasta se nos olvidaron los errores de tu pasado y tu edad, cuestionada como un gol en contra.

Gracias San Memo porque hiciste que el lleno en la explanada del estadio, el dizque festival previo al partido y los cientos, acaso miles de ridículos que hicimos los mexicanos disfrazados del Chapulín Colorado, de Charro, de Blue Demon, del Santo, de Don Ramón, no se fueran por un caño.

Ahora, san Memo, te venimos a rogar que calmes la ira y el rigor de las huestes argentinas, traspasadas por dos sablazos saudís y que saldrán en busca de sangre contra nuestros panzas verdes el sábado por la tarde.

Te lo pedimos san Memo, libramos del mal, échale sal, al animal, para que falle su tiro penal, como a Lewandowsky.

Y si de paso nos ayudas a que Jiménez no rengueé cuando corre, y que el Chuky no se tire clavados a la Neymar, y que Vega deje de pensar en el espejismo de los millones de euros en lugar de concentrarse en el aquí y ahora, ya estamos del otro lado.

Solo lo pedimos 34,000 mexicanos que cruzamos medio planeta que ya no queremos corazones tristes que “cantando se alegran’’.

Ya no cantar como consuelo, ni seguir balando al ritmo cansino del Cielito Lindo.

Nomás cantar de alegría, porque por una vez, quizá, 34,000 fieles ya lo merecen.

AR