El juego entre Alemania y Japón ha sido el mejor partido en lo que va del mundial, sin duda alguna.
Había cierta expectación por ver a los gigantes alemanes competir contra los japoneses, más reducidos de talla, pero enormes en voluntad.
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Temprano, los aficionados de ambos países fueron llenando el muy popular mall Villagio, ese muy famoso porque tiene un canal en el que se puede pasear en góndolas y una pista de hielo.
Pegado al centro comercial se encuentra el estadio Khalifa International Stadium, una maravilla arquitectónica, sin duda, que sería escenario, horas más tarde, de una hazaña estilo Los Súper campeones, esa muy popular caricatura japonesa de los noventa sobre el futbol y los futbolistas.
Los japoneses no gritan, no empujan, no corren; caminan en grupitos, todos vestidos de azul, con las banderas que los organizadores del mundial regalan para hacer un poco de ambiente en los estadios.
Y es que, salvo el barullo que hacen las aficiones latinas, mexicanos, argentinos y brasileños, este mundial es, hasta hoy, el menos vivo.
No se ve, como si lo hubo en otras justas, a las bandas de brasileños bailando por todas las calles de la sede mundialista, ni a los mexicanos discutiendo quien es el más chingón, ni a los argentinos sacando los pasos prohibidos del tango.
Terminados los juegos, la gente sale comentando las incidencias del juego, más preocupados por llegar primero a la entrada del metro para encontrar un lugar donde cenar que por otro tema.
Los organizadores han colocado, en cada partido, a dj’s para animar a las aficiones; hay grupos locales que tratan de amenizar el paso de los contingentes con bailes y cantos nativos pero, la verdad la verdad, convoca más gente un atropellado.
El camino para llegar a los estadios es sinuoso, en el sentido más amplio de la expresión.
Es cierto que las estaciones del metro están relativamente cerca de los estadios, pero para ordenar el flujo de fans, los encargados de la logística han colocado un interminable laberinto de vallas por el que hay que transitar para acceder al inmueble.
Así, un trayecto que en línea recta no llevaría más de 10 minutos, se convierte en un serpenteo de 40 minutos o más, dependiendo de la convocatoria de los rivales.
Igualmente, para controlar a la multitud, el acceso al transporte público, ya ses metro o autobús (gratuitos para los fans), está regulado por un embudo.
Igualmente hay que serpentear por vallas y vallas pero, a diferencia de la llegada, éstas se van convirtiendo en un embudo de tal forma que al iniciar la marcha hacia el metro la columna puede tener 40 o 50 personas pero a la llegada solo caben dos para acceder al metro.
Las largas filas van siendo cortadas como chorizos: avanzan dos minutos y unos oficiales árabes te indican que ya no puedes pasar, hasta que la serpiente vuelva a reptar.
La caminada, la espera, han valido la pena.
Japón, que por cierto recibió el apoyo de algunos cientos (¿o miles?) de mexicanos acudieron al partido, resolvió con dos jugadas de ajedrecista un partido que parecía condenado a perder.
Comentario al margen: diálogo captado entre dos mexicanos durante el juego:
– ¿Y tú, de qué parte de México vienes?
– Yo, de Ecatepec.
– Ah, chido. ¿Y cuántas combis tuviste que asaltar para venir?
(Yo riéndome quedito para no herir susceptibilidades)
Ver correr a los japoneses es una maravilla, verlos jugar una lección: ordenados, pulcros, sin individualismos, jugando para el país y no para la cuenta bancaria, refresca la fe en el futbol.
A los alemanes, cuyo fenotipo apantalla a cualquiera, les sobraron fuerza y ganas, pero no pudieron con la paciencia, el orden y el compromiso de los jugadores nipones.
Los costarricenses deberían agradecerle a Japón por la victoria, pues éste triunfo evitó que la afición centrara sus ojos en la goleada de 7-0 que les recetó España.
Del resto de la jornada poco hay que contar: un insípido 0-0 entre Marruecos y Croacia y un 1-0 de Bélgica a Canadá.
Si Arabia Saudita y Japón pudieron, ¿por qué no nosotros?
Okey, no es para tanto.
LEG