Dicen que por lo menos hay 200 mil ciudadanos de Arabia Saudita en Qatar. Puede ser que la cifra sea exagerada, pero los saudís son los únicos que pueden llegar al mundial por carretera; y por lo visto lo han aprovechado muy bien.
Los árabes adoran a Messi.
Durante el juego de México vs Argentina, cientos o quizá miles de ciudadanos árabes y cataríes portaban la camiseta del 10. Hay que decirlo, en el juego del sábado pasado, la porra argentina fue más numerosa que la mexicana.
Tres horas antes del juego, el metro que conduce al estadio Lusail reventaba; los argentinos que no cesaban de cantar y brincar y los mexicanos que caminaban en grupos, pero como corderitos al matadero.
No había, como sí pasó contra Polonia, la seguridad de que el Tri daría el campanazo. La porra mexicana quizá representó entre el 35% y el 40% de los casi 90 mil espectadores que acudieron al juego; el resto eran argentinos respaldados por su mini ejército árabe y sus playeras del 10.
Al equipo mexicano le espera, el miércoles próximo, una guerra. La representación nacional se juega su continuidad en el torneo ante el equipo saudí que derrotó a la orgullosa Argentina en su debut, pero que después perdió dos goles por cero ante Polonia.
Desde ayer los aficionados sauditas hacían burlas a los mexicanos; les vamos a ganar, aseguran con una confianza que raya en lo religioso. Quizá sí; ellos tienen fe y los aficionados mexicanos ilusión; ellos confían en
sus jugadores y nosotros en la suerte; ellos no creen que “ya les toca’’, pero nosotros seguimos pensando que “merecemos’’ por lo menos pasar al cuarto partido.
Los árabes son escandalosos.
Por todos lados traen unos tambores y panderos con los que aturden a quienes observan su espectáculo más de cinco minutos. Su camiseta de juego es verde, un verde más fuerte que el de la representación mexicana; solo en eso tenemos alguna similitud.
Si el sábado, contra los argentinos (su selección y su porra), México se achicó (ni modo que los expertos digan que no es cierto), el ambiente que rodea al tercer juego de ambos equipos se ha calentado tanto, que para que no haya problemas y sospechas de amaño, la FIFA ha puesto en el mismo horario el juego entre Polonia y Argentina.
Así se evitará que cualquiera de los cuatro equipos sepa quiénes continúan en el campeonato y quiénes regresan a casa a esperar cuatro años para volver a intentarlo.
Los árabes están motivados (la victoria de Túnez fue una inyección de vitaminas), jugarán como locales y anticipan una batalla épica.
Igual empatan a cero (los mundiales cada vez son más ávaros en eso de los resultados deportivos), pero para ellos sería un triunfo.
La feligresía mexicana está resignada; irá porque ya tienen los boletos comprados con meses de anticipación, pero con poca convicción de que lleguemos no al quinto, sino al cuarto partido.
No lo dice quien esto escribe, es la plática recurrente de los mexicanos en los cafés cataríes o en los mercados.
No hay un jugado, uno solo, en nuestro representativo que, como ocurre con otras selecciones, sea el catalizador de los amores patrios.
Solo nos queda seguir repitiendo como mantra “el Chucky Lozano, el Chucky Lozano’’ en cada juego, a ver si con eso se nos concede el deseo.
Eso, y frotar una lámpara para que aparezca un genio, es lo mismo.
LEG