Si los jugadores mexicanos estuvieran conscientes de lo que representa el futbol socialmente para el país, quizá tendrían otra mentalidad, le soltamos al analista Roberto Gómez Junco, ayer en una breve plática.
“Creo que lo saben y eso les juega en contra’’, responde.
“Por eso muchos algunos entrenadores les dicen a los seleccionados que no está en juego el prestigio nacional; está en juego el prestigio solo del futbol mexicano.
“Los jugadores tienen que salir a hacer lo que saben hacer, a jugar, porque no se puede cargarles a los hombros el peso de un país; que hagan lo mejor que saben hacer. Tampoco es que vaya a acabar el mundo’’, afirma.
¿Clasificará México?, le insistimos.
“Depende de muchas variables. Necesita meterle cuatro goles a Arabia, que Polonia le gane a Argentina. Ya no depende de sí, tiene que salir a tratar de conseguir la clasificación.
“Si no lo logra, sí se puede hablar de un enorme retroceso en nuestro futbol”, concluye.
El respetado analista deportivo tiene toda la razón.
Mañana ante Arabia, cuyos fans inundan Doha, México se enfrenta a su estadística y a la historia.
Podrían ser 11 héroes abrazados a la bandera nacional o un grupo de fracasados que no logró pasar al cuarto partido, algo que ocurría regularmente desde el Mundial de 1994.
Dicen los conocedores que el vestidor “se rompió’’, es decir, que el grupo de 26 está dividido por culpa de los malos resultados.
Si esto es así, mañana es el último juego de esta representación mexicana en Qatar.
No hay rumbo con un país, con un grupo dividido.
En cambio, los árabes están más unidos que nunca, y no me refiero solo a su equipo de futbol, sino a los aficionados de toda la península arábiga.
A diferencia de la resignación que se nota en las caras de los miles de aficionados mexicanos, los árabes esperan una fiesta.
Los anfitriones cataríes, la afición de Túnez, bueno hasta la del clasificado Senegal apoyan a los hijos del desierto.
Ese apoyo continental solidario no se nota hacia México.
Ni ecuatorianos -ya descalificados-, ni costarricenses, ni canadienses -también descalificados- muchos menos argentinos o brasileños le echan porras a nuestra selección.
Tal vez porque nos siguen viendo como “el gigante de Concacaf’’ -por cierto, la confederación más blandengue de todo el orbe; ahí están los resultados para confirmarlo- y la arrogancia que a veces nos cargamos nos está pasando la factura.
La afición mexicana y los mexicanos que radican en Estados Unidos, pero que apoyan a la tricolor están resignados; para que México continúe en el campeonato se requieren combinaciones muy complejas.
Y muchos se preguntan si ha valido la pena el viaje cuando la representación mexicana ha sido incapaz de anotar un mísero gol en dos encuentros; ni uno.
¿Será que los jugadores están conscientes de que lo les espera en nuestro país a su regreso si no pasan del tercer partido?
¿O será que como mexicanos le estamos cargando todas, todititas nuestras frustraciones políticas, económicas, sociales, a un grupo de 26 hombres cuyo pecado es no ser lo que quisiéramos que fueran?
Hasta antes del inicio de este torneo mundial, la Selección era lo único que unifica a nuestro país tan brutalmente dividido desde el discurso político cotidiano.
Muerta la perrita “Frida’’, el último símbolo unificador del amor patrio nos quedaba la selección de futbol.
Si mañana tiene que regresar a México, tendremos que buscar un nuevo catalizador para nuestras esperanzas rotas.
Nos vamos quedando huérfanos de símbolos unificadores.
LEG