Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)
A punto de cruzar el río Rubicón junto con sus tropas, Julio César se detuvo un momento. Aquel acto lo declararía enemigo público al instante. ¿Provocar una guerra civil o permitir que el Senado lo enjuiciaran por corrupción? No había marcha atrás. Julio César pronunció la célebra frase: “¡Alea iacta est!”. La suerte está echada.
La situación en Roma era complicada. El tránsito de la Monarquía a la República trajo consigo inestabilidad. Surgieron dos grupos que se concentraron en una pugna frecuente por el poder. Por un lado, el grupo de los populares buscaba que el pueblo fuera quien gobernara. Por otro, los optimates querían que sólo las familias ilustres de Roma se hicieran cargo del gobierno.
Cayo Julio César fue parte de los populares y con el tiempo se convirtió en una amenaza importante tanto para los optimates como para el Senado. Sus conquistas en las Galias consolidaron su prestigio. Trajo honor y riquezas a la República, pero no era suficiente. Sabía que para conseguir mayor poder debía ganarse al pueblo. Sacó adelante leyes para repartir tierras entre soldados veteranos. Organizó espectáculos para el deleite de la gente y repartió dinero entre los más pobres. Se ganó la lealtad de los suyos y el apoyo de una gran parte de la ciudadanía romana.
Receloso del poder y la arrogancia de Julio César, el Senado buscó la forma de detenerlo. Ptolomeo, antiguo aliado y yerno de Julio César, apoyó esta causa y lo acusó de corrupción. Como respuesta, el 10 de enero del 49 a. C., Julio César y sus tropas cruzaron el río Rubicón para entrar a Roma: comenzó una guerra civil que duró cuatro años. Julio César ganó: la República Romana tenía sus días contados.
El apoyo de la gente le dio la confianza a Julio César para volverse cada vez más tiránico. Poco a poco le fue quitando facultades al Senado. Su estatua se erigió al lado de las deidades romanas. Los senadores conspiraron contra él; incluso su hijo adoptivo se unió al complot.
Durante los idus de marzo, César acudió al Senado y ahí mismo lo asesinaron. Recibió veintitrés puñaladas. Su muerte significó el final de la República, dando paso al Imperio Romano.
Curiosamente, a pesar de haber sido la figura esencial en la caída de la República, la popularidad de Julio César hizo que se le recordara como el héroe y gran líder de Roma. Posteriormente, los emperadores recibirían el apelativo de césares, recordando a Cayo Julio César.