Cuando por fin podría presumir que su caprichoso aeropuerto en la base militar de Santa Lucía servía hasta para recibir al Air Force One del Presidente de los Estados Unidos, las deplorables condiciones de mantenimiento del Metro de la Ciudad de México demostraban que el desvío de recursos es un hecho que genera desgracias.
No están desconectados ambos hechos. De entrada, los reflectores se los llevó la enésima tragedia en el Metro en los tiempos de Claudia Sheinbaum y no la cortesía política de Joe Biden, Presidente de Estados Unidos y Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, de usar el AIFA.
Pero además evidencia cómo tanto en el Gobierno federal como en la regencia de la Ciudad de México prefieren las obras que se noten y las que sirvan a la estrategia política de repartir dinero a los más pobres, como lo reconoció el propio López Obrador, antes que dar mantenimiento a la infraestructura que ya existe.
La opacidad en la información pública no permite, por ahora, conocer el tamaño de los desvíos de los recursos presupuestales hacia los proyectos caprichosos del Presidente. Porque no se trata solo de la creación de infraestructura totalmente inútil, como el AIFA, el Tren Maya o la refinería en los pantanos de Tabasco, es la utilización de miles de millones de pesos en programas asistencialistas sin padrones ni controles transparentes.
Asignaciones directas, opacidad con el pretexto de la seguridad nacional por ser proyectos encargados al Ejército, baja rentabilidad y nula auditoría independiente del uso de mucho dinero del erario que originalmente estaba etiquetado para otros rubros.
No hay un solo hospital, carretera, aeropuerto, oficina pública o ventanilla que no opere sin carencias evidentes por falta de recursos para su operación y mantenimiento.
La Ciudad de México, como réplica exacta del modelo federal, no es la excepción. Las flores de los camellones están hermosas, pero la carpeta asfáltica está llena de baches.
Y el Metro es la evidencia más contundente de una negligencia que no es solo de esta administración. Que, si bien el Gobierno de Claudia Sheinbaum ha sido el superlativo de la desatención, la realidad es que las carencias de este sistema de transporte se han agravado en lo que va de este siglo.
Deja más reconocimiento popular construir un teleférico, que todo el mundo ve por los aires, que mejorar o ampliar la infraestructura subterránea que no se presume igual.
No solo es la falta de recursos suficientes para mantener en buen estado el funcionamiento del sistema de líneas del Metro, sino que además el manual del populista impide ajustar las tarifas para brindar un servicio, ya no digamos de calidad, al menos que no les cueste la vida a los usuarios.
Pero nada de eso va a cambiar, expertos en propaganda como son, en pocas semanas desde la mañanera se conducirán las cosas hacia el olvido. Llegarán nuevas ocurrencias y pocos recordarán lo que volvió a suceder en el Metro de la Ciudad de México.
Lo que haga falta para reposicionar la imagen electoral de quien López Obrador ya eligió para continuar con su régimen.
@campossuarez