Esta historia comienza con un programa de entrevistas. Es 1968, Estados Unidos. El presentador tiene consigo a dos especialistas en epidemias. Uno de ellos relata un discurso fatalista acerca de los organismos fungi, y de cómo, a través de sus componentes, puede ser capaz de controlar a la raza humana, apoderándose de su mente, y, a final de cuentas, provocando el tiro de gracia para la dominación de nuestra especie.
35 años después, aquel miedo se traduce en una epidemia que sacude las calles de Estados Unidos, cambiando la vida de Joel, nuestro rudo pero frágil protagonista, para siempre.
La primera escena de The Last of Us, basada en el videojuego creado por Neil Druckmann en 2013, no se encuentra en la narrativa de Playstation. Más bien esta da más contexto a la historia, tomando como ventaja el rol del usuario al consumir televisión. A diferencia de un videojuego, en donde lo más emocionante es vivir las experiencias de los personajes y la motivación para continuar es saber qué pasará, la televisión se concentra totalmente en el rol de su audiencia como espectadores pasivos.
Por eso, a juzgar por los primeros minutos del episodio 1, de la mano conjunta de Druckmann y del realizador Craig Mazin (quien destaca por el monstruoso éxito de la serie Chernobyl), la serie de The Last of Us está haciendo un gran trabajo. Se está tomando en serio la tarea de adaptar un juego, cuya historia ha sido alabada hasta el cansancio. De acuerdo con la plataforma Metacritic—que hace un consenso de reseñas de medios especializados—, el juego tiene 95 puntos de 100 con base en 98 reseñas de críticos. Su contraparte comienza bien, porque tiene 84 de 100 puntos según 39 reseñas de la crítica, y tuvo 4.7 millones de espectadores mirando su estreno el domingo por la noche.
Más allá de ser una adaptación de uno de los productos de entretenimiento más populares del siglo XXI—con 37 millones de copias vendidas hasta el momento—, ¿qué hace a la serie tan seductora? Y, fuera de su décimo aniversario, ¿por qué contar esta historia ahora?
Los dos ingredientes clave en este cóctel son la intimidad de su relato y el contexto donde se desarrolla.
El miedo tiene una compleja sensación de alivio, sobre todo cuando las situaciones percibidas en pantalla, aunque verosímiles, no corresponden con nuestra realidad. Lo mismo sucede aquí: a pesar de estar aún en la pandemia de COVID-19, las cosas no han sido tan mórbidas como en este mundo, donde las esporas de los hongos convierten a la raza humana en depredadores. Como quiera, tales conclusiones nos dan paz.
Asimismo, la emergencia dentro del relato saca a relucir una relación compleja entre dos seres humanos, cuyas cicatrices los hacen conectar. Cuando todo parece perdido, aún hay ese rayo de esperanza. Pese a todo, existen los lazos. Tal mensaje cobró nueva vida tras estar resguardados en casa. El por qué lo hicimos, así como a quiénes extrañamos, fue un claro reflejo de nuestro más importante atributo: la conexión.
Con estos mensajes, The Last of Us tiene los elementos ideales para ser otra de las tantas joyas de HBO.
Veremos si tanto este, como los siguientes ocho episodios, hacen justicia a las poderosas temáticas del juego.
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