El Gobierno demócrata de Joe Biden no va a olvidar que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, boicoteó la IX Cumbre de las Américas, en Los Ángeles, California, Estados Unidos, en junio pasado.
Sí fue un golpe diplomático fuerte del gobierno mexicano a La Casa Blanca, sobre todo porque la ausencia se justificó en una defensa a los dictadores de la región que no fueron invitados.
Y es que resulta absurdo alinearse a la derecha para sacar todas las ventajas del comercio con un acuerdo como el T-MEC, hacer planes para traerse las inversiones de China al territorio mexicano, y al mismo tiempo, jugar con la izquierda al antiimperialismo yanqui.
Hay cierta clientela política del cuatroteísmo que tiene que ser atendida con esos apapachos a los gobiernos de izquierda del sur del continente y hasta con guiños a los más impresentables dictadores de la región.
Pero esa agenda se ha metido también en el juego de las corcholatas que quieren encontrar en esa agenda pro latinoamericanista una manera de diferenciarse.
Siempre será más fácil hacer precampaña cruzando la calle para llegar al gran elector, que tener que destacar con la agenda internacional, porque no siempre se puede llevar a los líderes de América del Norte a Palacio Nacional.
Claro que siempre habrá manera de llevarse los reflectores así sea hasta Buenos Aires, Argentina, donde se lleva a cabo la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
Sin embargo, una cosa es tener un club de izquierda y otra diferente es arropar a dictadores y sus agendas. Cada uno sus invitados y sus amigos, pero si la idea es sacar de Buenos Aires un posicionamiento de respaldo al destituido presidente golpista de Perú, Pedro Castillo, puede ser un error para aquellos países que, hasta hoy, mantienen regímenes democráticos, como México.
La agenda de México no es la agenda de Cuba o de Venezuela. La relación que este país tiene con América del Norte no tiene necesariamente que limitar las amistades de la 4T, pero sí sus acciones.
El autoritarismo es una tentación de muchos gobiernos, como el que pretendió el peruano Pedro Castillo, y eso sí es incompatible con las condiciones estadounidenses para mantener una buena relación comercial, financiera, diplomática y demás.
Desde la perspectiva mexicana, las corcholatas interesadas en tener notoriedad con esta reunión no pueden equivocarse poniendo a México del lado equivocado, sobre todo ahora que hay un personaje que regresa al escenario para recuperar el liderazgo de la región.
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a diferencia del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, sí asiste, sí participa, sí se deja ver en los foros internacionales y lo hace desde una postura de ser el ganador en una elección democrática en su país y que va por el mundo ofreciendo disculpas por los exabruptos del candidato a dictador, Jair Bolsonaro.
En fin, que el canciller Marcelo Ebrard, en su calidad de representante del Gobierno de México en la reunión de la Celac, debería cuidar la legalidad de sus acuerdos y la buena relación que necesita este país con el norte.
@campossuarez