Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)
Vivo en la Ciudad de México y tengo la fortuna de contar con buenos vecinos. No hacen ruido, son corteses y, cuando hemos padecido alguna emergencia en casa, ellos nos hay ayudado. Pero no todo mundo tiene la buena fortuna de contar con vecinos así.
A México, por ejemplo, no le ha ido bien con sus vecinos. Basta recordar cómo, tras ser derrotado por Estados Unidos en la guerra de 1846-1848, nuestro país perdió la mitad de su territorio. Por ello, se atribuye a Porfirio Díaz el lamento: “Pobre México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. A su vez, nuestros vecinos del norte también tienen algunos motivos de queja que merecen ser escuchados. ¿No les parece?
Pero hoy no quiero hablarles del norte sino del sur, concretamente, de Guatemala. Para otro día, dejo mis comentarios sobre nuestras relaciones con Belice.
Los mexicanos tenemos mala memoria: las relaciones con Guatemala no siempre han sido tersas. Algunas de esas tensiones tienen que ver con los límites entre ambos países. No hay que olvidar que los territorios que formaban la Capitanía General de Guatemala se separaron de México, cuando cayó el Primer Imperio, salvo Chiapas y el Soconusco que, después una serie de avatares, siguieron siendo mexicanos. En efecto, con el colapso del Imperio de Iturbide, las Provincias Unidas de Centroamérica proclamaron su independencia en 1823. El nuevo país estaba formado por Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica. (Panamá formaba parte de Colombia). En 1839, la República Federal de Centroamérica dejó de existir.
Sin embargo, en 1885, el presidente guatemalteco Rufino Barrios, pretendió reunificar Centroamérica. A pesar de las amenazas de Barrios, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica se opusieron al proyecto y pidieron la intervención de México. La respuesta del gobierno de Díaz es que los países deberían reunificarse libremente y no por la fuerza. Mientras tanto, México mandó tropas a la frontera previendo una reacción armada de Guatemala. En México, la prensa oficial llenó de flores y elogios a Díaz, llamándolo “héroe de la paz”.
Otro suceso que casi nos cuesta una guerra contra Guatemala ocurrió el 31 de diciembre de 1958, cuando cinco barcos mexicanos fueron atacados por aviones militares de Guatemala. Desde un año antes, el gobierno de Miguel Ydígoras había advertido a la embajada mexicana que tomarían medidas violentas si nuestros barcos camaroneros seguían invadiendo territorio guatemalteco. Como México nunca hizo nada, Guatemala decidió llevar a cabo la “Operación Drake” que consistía en abrir fuego contra los barcos invasores. Tres hombres murieron y más de una docena resultaron heridos. Nunca quedó resuelto categóricamente si, en efecto, los camaroneros mexicanos estaban en agua territoriales guatemaltecas. Probablemente así fue.
Adolfo López Mateos, quien llevaba apenas un mes como presidente del país, intentó que Guatemala indemnizara a los afectados y ofreciera disculpas públicas. No logró ni una cosa ni la otra, así que rompió relaciones diplomáticas con Guatemala el 23 de enero de 1959. La tensión subió de nivel y Guatemala movilizó tropas.
No fue sino hasta septiembre del mismo año cuando las relaciones se restablecieron, gracias a la mediación de Brasil y Chile y a las presiones de Estados Unidos, que no quería más problemas en esta región.
Por cierto, a pesar de la asimetría económica entre México y Guatemala en 1959, no era claro que el ejército mexicano tuviese el suficiente armamento para derrotar a Guatemala. Si toda guerra es siempre una mala idea, en aquel momento, un enfrentamiento con nuestro vecino del sur seguramente hubiese afectado severamente nuestra economía, además, del inexcusable costo de vidas.
Por cierto, mi novela “La ciudad de los secretos”, una novela sobre la ciudad de México, tiene como escenario y parte de su argumento ese momento tan difícil en nuestras relaciones con Guatemala.
Desde el punto de vista económico, las relaciones entre México y Guatemala son muy menores. No obstante, nuestra frontera sur es compleja y, contra lo que imaginamos quienes vivimos en el norte y centro del país, es una frecuente fuente de tensiones entre los dos países. Mal haríamos los mexicanos en olvidarnos de que, así como exigimos respeto de nuestro vecino del norte, también nosotros debemos respetar a nuestros vecinos del sur.