La madrugada del pasado 6 de febrero, con una magnitud de 7.8 grados en la escala de Richter, se registró el que se considera como el terremoto más fuerte experimentado por Turquía en más de un siglo, que suma ya más de 120 réplicas, incluida una de 7.5, y ha provocando la destrucción de cuando menos 6,200 edificios.
El número reportado de personas fallecidas —hasta ahora— en ambos países (porque Siria también fue sacudida por el fenómeno) supera los 11 mil 700, y se informa sobre más de 55 mil personas heridas y al menos otras 380 mil que han buscado refugio en albergues, hoteles del Gobierno, centros comerciales, estadios, mezquitas y centros comunitarios.
En el caso de Turquía, las maniobras de rescate se complican debido al gélido invierno que transcurre y, en Siria, específicamente en la región de Alepo, se vive un doble drama, al ser una zona donde la población ya de por sí enfrenta los terribles efectos de un conflicto armado que llevó a miles de personas refugiadas a vivir en edificios ruinosos y condiciones precarias.
Ante la emergencia, la Organización Mundial de la Salud activó de inmediato una red de equipos médicos, mientras que la OTAN, la Unión Europea y 45 países del orbe, incluido el nuestro, ofrecieron y enviaron asistencia humanitaria.
El mismo lunes, el presidente Andrés Manuel López Obrador expresó su solidaridad con los pueblos turco y sirio, y desde el martes el Gobierno de México envió a un grupo de especialistas en tareas de búsqueda y rescate, conformado por elementos de las secretarías de la Defensa Nacional y de Marina, así como de la Cruz Roja y binomios caninos.
Al mismo tiempo, la Secretaría de Relaciones Exteriores ha fungido como enlace con la embajada de Turquía en México para difundir un centro de acopio, al que ya comienzan a acudir las ciudadanas y los ciudadanos, con la finalidad de contribuir con ayuda humanitaria a la región devastada por el movimiento telúrico.
Y es que si algo tenemos bastante claro las y los mexicanos es que la suma de esfuerzos son capaces de hacer la diferencia entre la vida y la muerte, sobre todo en los momentos difíciles y de tragedia. Así, de nueva cuenta, la solidaridad, voluntad y determinación de nuestro pueblo han quedado manifiestas frente a un escenario catastrófico y doloroso, en esta ocasión, en tierras distantes.
Lo sabemos, porque lo hemos vivido en carne propia con los terremotos del 19 de septiembre de 1985 y 2017, cuando nos tocó recibir ayuda internacional, pero sobre todo, cuando fue crucial la actuación del pueblo, al demostrar que, por encima de ideologías, filias y diferencias, siguen prevaleciendo nuestros valores, nuestra cultura solidaria y los lazos que nos unen como mexicanos, sin importar cómo ni dónde nos encontremos.
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