El domingo pasado fue el Super Bowl, un evento sintonizado por mucha gente por distintos motivos: vivir el enfrentamiento entre los Eagles y los Chiefs, “ver un concierto de Rihanna con un deporte de fondo”—como bien hacían referencia los memes de Adele (quien fue al estadio)—o mirar los comerciales, cuya característica principal suelen ser altos presupuestos para anuncios de marcas o avances de las cintas más grandes del año.

Durante la transmisión se mostraron adelantos de ooootra película de Rápidos y Furiosos, la tercera parte de los Guardianes de la Galaxia, el regreso de Ezra Miller con la locura que parece ser The Flash, y la esperada quinta entrega de Indiana Jones, entre otros proyectos.

Sin embargo, a diferencia de años anteriores, mi actitud fue indiferente. Una razón, quizá, es que, en épocas recientes, diciembre se tornó en el nuevo verano, y las películas más grandes se esperan más tiempo para mostrar sus ases bajo la manga. Sin embargo, otro fenómeno puede ser la sobresaturación de trailers.

A pesar de la insípida Fase 4 de Marvel en el cine, sigo comprando mi boleto para ver sus cintas y Ant-Man and the Wasp: Quantumania me emociona. Tanto así que quiero sorprenderme cuando vaya a verla, pero YouTube, así como mi rol como escritor de cine, no está de acuerdo con mi decisión: a diestra y siniestra me aparecen avances de 1 minuto, 30 segundos, póster A, B, C y pienso… ¿de verdad Marvel está tan ansioso por el estreno de su cinta? Si sigue a este ritmo, la gente no irá al cine por el simple hecho de que la masiva campaña te cuente toda la historia. Ya ha pasado: el ejemplo más frustrante para mí fue X-Men: Dark Phoenix, que reveló el hecho más importante de la película en uno de sus primeros avances, hecho imperdonable.

Los trailers, en sí mismos, son un arte. Deben generar expectativa, misterio, y suficientes migajas de la trama como para querer respuestas, no recibirlas. Si no, ¿para qué voy al cine?

Hasta ahora he podido evitar a Ant-Man. Pero la tarea de evadir spoilers y estar en la conversación a la vez se va tornando más y más complicada.

Las cintas independientes suelen hacer un mejor trabajo con su mercadotecnia. Tal vez su falta de presupuesto sea la culpable, pero también la naturaleza de los avances en sí suele ser misteriosa. Si no me creen, pueden checar el adelanto de Beau Is Afraid, el tercer largometraje del director Ari Aster: provoca intriga, curiosidad y te revela un poco de la trama sin quitar las ganas de ir al cine para ver qué… rayos está pasando.

Por favor, equipos de mercadotecnia, no exageren con mucho. Recuerden el “mostrar no contar”, porque más que ayudar, su exceso perjudica a sus películas.

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