Héctor Zagal
(Profesor de la Facultad de Filosofía de Universidad Panamericana)
En 1838, tropas francesas llegaron al puerto de Veracruz para bombardearlo. Su objetivo era presionar al gobierno mexicano para que pagara por los daños que habían sufrido los franceses durante las muchas revueltas que hubo después de la Independencia. Antonio López de Santa Anna no era el presidente de México en ese entonces. Ni siquiera tenía el nombramiento para defender la costa. Sin embargo, él solito, por sus pistolas, levantó una tropa y les hizo frente a los invasores. (Al menos esa fue la versión que hizo circular)
Armó una artillería y comenzó a lanzar cañonazos en contra del ejército rival. Habría sido una buena táctica, si no hubiera olvidado el pequeño detalle de que la posición también es importante. Al final, los cañones le terminaban cayendo a su propia gente y uno incluso le dio a Santa Anna. El pobre perdió la batalla y además se quedó sin pierna. Dicen las malas lenguas que cuando pidió que se la recuperaran, le llegaron como siete. ¿Cómo le hizo para ubicar cuál era la suya. Seguramente eligió la que menos callos tuviera.
Santa Anna quiso que enterraran la pierna en su hacienda de Manga del Clavo. Pero para 1842, cuando volvió a ser una figura poderosa, organizó la exhumación de su pierna y ordenó que se enterrara el 27 de septiembre con todos los honores en el panteón de Santa Paula. Así fue como hubo un gran desfile religioso y militar para honrar a la pata santa de Antonio López de Santa Anna.
Este personaje nació un día como hoy hace 229 años. Se dice que gobernó el país once veces, pero la realidad es que no se sabe con exactitud. Sus periodos eran muy inconstantes y, si se hartaba o se aburría, al otro día dejaba la silla presidencial para irse a una pelea de gallos.
Otra cosa de la que poco se habla es, durante algunos momentos, fue muy querido por la gente. La gran mayoría de presidentes que gobernaron el país durante el siglo XIX llegaron al poder mediante golpes de Estado, pero con Santa Anna casi siempre fue diferente. La misma gente era quien le pedía a Santa Anna que los gobernase, pues el hombre era carismático, jugaba, tenía labia y, en fin, era un Juan Charrasqueado.
En mi opinión, sin embargo, es uno de los personajes más siniestros de la historia de México. Fue un factor de inestabilidad y cambiaba de opinión política conforme sus intereses.