Lo único que pudo haber sucedido entre la postura presidencial de no dar permisos a Tesla para instalarse en Monterrey y la aceptación de la construcción de la Gigafactory en Nuevo León es que alguna voz sensata logró convencer a López Obrador sobre los costos económicos y políticos que tendría su negativa.

Es imposible conocer cuál es el proceso de toma de decisiones en un régimen con este nivel de desorganización institucional y con la prevalencia de una voz tendiente a dictar órdenes.

Lo que está claro es que en diferentes momentos cruciales López Obrador ha escuchado voces diversas que lo influyen en la toma de decisiones.

Cuando canceló la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de Texcoco (NAIM) escuchó la voz de su constructor favorito, quien, casualmente, traía bajo el brazo el proyecto del Aeropuerto Felipe Ángeles.

Su pleito con España es una reproducción literal de los pleitos ideológicos de sus más íntimos.

La intransigencia nacionalista con los temas petroleros, mineros y eléctricos está influida directamente en el oído presidencial por ese grupo de impresentables, con todo y sus negocios personales, enquistados en el sector energético.

Pero en el caso de Tesla, López Obrador reaccionó de último minuto de forma diferente. El Presidente ha demostrado que bajo su óptica rectificar es una especie de signo de debilidad, pero aquí lo hizo y lo más probable es que haya sido por haber escuchado una voz sensata.

Haber cerrado la puerta a Tesla era tan catastrófico en términos de inversión y confianza como lo fue en su momento cancelar el NAIM. La diferencia es que hoy López Obrador ya no ostenta al cien por ciento todo el poder del principio del sexenio y ya tiene que pensar en términos de la sucesión presidencial que está a 15 meses de distancia.

El seguimiento de los planes de Tesla para invertir en México es cien por ciento de la Cancillería. Nadie ha visto últimamente a la secretaria de Economía, Raquel Buenrostro y ni hablar de los planes decimonónicos de los responsables gubernamentales del sector energético.

De hecho, el canciller Marcelo Ebrard ha incorporado a su discurso político la necesidad de que México gire rápidamente hacia el transporte eléctrico en lo que él mismo llama la agenda 2030.

Si a la labor de acercamiento con la empresa de Elon Musk hay que sumarle la labor de convencimiento con López Obrador será inevitable sumarle puntos a favor a Ebrard, por más que no parezca como el favorito presidencial.

Las otras dos corcholatas están en problemas. El secretario de Gobernación está en la antesala del fracaso de su plan B para despedazar al INE y la popularidad de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México se derrumba de la mano de la mala administración de la capital.

Ese gesto de rectificación presidencial, que no pasó desapercibido para nadie, no fue tomado como muestra de debilidad, al contrario. La mayoría lamentan que no haya aprendido antes el valor de esas señales de honestidad.

Esa determinación, de no meterse donde no debería haber injerencia política, dejará miles de millones de dólares en inversión extranjera directa, miles de nuevos empleos y algunos puntos a favor para uno de los suspirantes presidenciales del oficialismo.

 

    @campossuarez