Durante décadas, tras haber enfrentado el caos político en el mandato de su fundador, Mao Zedong, la República Popular China promovió un sistema de Gobierno más colegiado en las esferas de poder más altas. Por lo que fue en virtud de dicho modelo que sus predecesores, dejaron la presidencia tras diez años en el cargo.
No obstante, esto llegó a su fin en 2018, con la abolición del límite constitucional de dos mandatos presidenciales, una medida que ha permitido a Xi Jinping convertirse en el líder con más años en el poder en la historia reciente de China, quien la semana pasada, después de una votación formal del órgano legislativo del país, obtuvo un tercer mandato como Presidente.
Cabe destacar que no fue un resultado inesperado, siendo Xi Jinping el único candidato para el cargo y por el hecho de que en la práctica, el parlamento está subordinado al Partido Comunista (PCCh), el cual en octubre renovó su mandato por otros cinco años como secretario general y jefe del Ejército –los cargos más poderosos del país-.
Asimismo, resulta pertinente traer a colación que la popularidad del Presidente chino no siempre ha residido en su pertenencia a las clases de élite, sino más bien a qué se trata de un personaje cuyas características corresponden a una sublimación que va desde la pobreza y la servidumbre, hacia la riqueza y el poder.
A su vez, es preciso señalar que si bien la renovación de su mandato constituye un claro signo de fortaleza, también representa el advenimiento de variados desafíos en materia de política exterior. Y en concreto, quisiera referirme a la mediación china en la distensión entre Irán y Arabia Saudita. Pues recientemente se llevó a cabo un acuerdo que se alcanzó luego de conversaciones iniciadas el lunes como parte de la iniciativa del presidente Xi Jinping para desarrollar relaciones de buena vecindad entre Teherán y Riad. Sin embargo, ello fue visto por la administración Biden como una posible amenaza geoestratégica, pues en el fondo representa el más reciente esfuerzo de Xi por aumentar su presencia política en Oriente próximo, donde Estados Unidos ha sido la potencia externa dominante.
Por otra parte, el ascenso de Xi Jinping también plantea un panorama alarmante en lo que respecta a la guerra en Ucrania, pues si bien tiene planeado sostener, por primera vez, una reunión virtual con el Presidente ucraniano, también tiene previsto viajar la próxima semana a Moscú para reunirse con Vladímir Putin. Ello no es de sorprender, debido a que desde el inicio de la invasión rusa, Pekín ha mantenido un aparente equilibrio, sesgado hacia Moscú.
Tales circunstancias, nos llevan a cuestionar el renaciente papel de China en las relaciones internacionales y su capacidad para ejercer influencia en el mundo. En ese sentido, es preciso considerar las múltiples perspectivas y factores en la toma de decisiones, así como advertir las posibles implicaciones que pueda tener en el tejido político internacional.
¿O será otra de las cosas que no hacemos?
Consultor y profesor universitario
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